Todos los tour operadores del mundo, agencias de viajes, aerolíneas y grandes marcas hoteleras están ahora mismo mordiéndose las uñas y esperando averiguar cuanto antes el destino elegido para la luna de miel del Príncipe Harry de Inglaterra y su prometida, la actriz bloguera Meghan Markle. Los lugares en los que pasen los días posteriores a su boda se convertirán en la tendencia para el 2018 y tendrán la misma repercusión económica que si les hubiese tocado el gordo de Navidad.
En términos de oferta y demanda turística, el impacto a nivel mundial que tendrán los destinos elegidos, porque seguro que va a ser más de uno, es tan sumamente grande que hasta el gobierno de Australia ha solicitado a la Casa Real Británica que los novios incluyan de alguna manera a su país dentro del viaje. Por si esto no fuese posible, también han comentado que estarían dispuestos a organizar la despida de soltero de ambos. Cualquier cosa con tal de salir en la fotografía.
Y es que el enorme negocio que rodea a la celebración de una boda tiene uno de sus puntos más álgidos en el viaje de novios, la conocida como «luna de miel». El importe que se destina a este concepto es el segundo gasto más importante de la celebración y lleva a millones de parejas de todas partes del planeta a dejarse un auténtico dineral en desplazamientos que muchas veces rozan la ridiculez por su snobismo.
Es totalmente entendible que los novios, inmersos en un mar de infinitas decisiones y complicada organización, dejen en manos de supuestos «gurús» y agencias de viajes especializadas la planificación de su deseada luna de miel, hecho este que aprovechan muchas para sablear de una manera totalmente indecente a la pareja.
Aquellos maravillosos años
En realidad, la luna de miel hace muchísimo tiempo que perdió su intención original. Hace siglos las parejas de recién casados viajaban acompañadas de amigos y familiares para visitar a aquellos parientes que no habían podido asistir a la boda. Posteriormente y con el paso del tiempo, se convirtió en la mejor manera de obtener la tan ansiada intimidad, lo más lejos posible de casa.
En España, durante los años 80 y bien entrados los 90, cuando las bodas todavía no se habían convertido en un espectáculo de danza, canto y demás artes escénicas practicadas por los novios, la moda para los peninsulares era viajar a las Islas Canarias, seguidas de cerca por las Baleares.
Todavía era una época en la que ambos regresaban a casa igual de blancos a como se habían ido, lo cual era una señal inequívoca del poco exterior que habían visto durante todo su viaje.
De hecho, el mejor momento para ver a los recién casados era por la noche, momento en el cual cientos de anillos todavía brillantes y relucientes se podían distinguir a leguas de distancia paseando por las calles de Tenerife, Mallorca, Lanzarote, etc.
En los EEUU lo normal era pasar la luna de miel en las cataratas del Niágara. Igual que pasaba en España, muchas parejas tenían que aprovechar su último día de estancia para hacer alguna foto del entorno, por aquello de decir que habían salido del hotel.
Hoy en día las cosas han cambiado mucho. Las parejas de novios contraen matrimonio cuando ya han consumado, re consumado y re re consumado todo lo que tenían que consumar, por lo que el viaje ha dejado de ser una excusa para poder estar juntos en la intimidad.
Poco después…
A pesar de esto, con el transcurrir de los años siguió la tendencia en nuestro país de mandar a los novios a alguna isla. Durante los años de bonanza económica se produjo la explosión de destinos como Maldivas o Seychelles, lugares prohibitivos por sus precios que sólo podían ser visitados si el viaje lo pagaban los padres o los invitados.
En el momento en el que la crisis se instauró en todo el mundo, las costumbres tuvieron que cambiar y adaptarse a las nuevas apreturas, y en España se instauró el «puente aéreo» con México y la República Dominicana, donde las parejas todavía hoy disfrutan de sus días de descanso en grandes resorts donde todo está incluído en el precio.
Era la época en la que Iberia hacía su Agosto particular y una de las pocas ocasiones donde, por fin, había establecido vuelos hacia un lugar al que la gente quería realmente ir.
En este momento, las bodas se han convertido en un doble juego: por un lado se planea una inspirada en Pinterest, y por otro la que realmente se puede pagar. Las hay que se inspiran en el rito celta, otras en el normando, algunas en el árabe, unas pocas en el maya o inca y las menos en la tradición cabrera de los pastores del alto Ampurdán. Un puro cachondeo.
Con este afán de personalización e intentar que la celebración no se parezca a nada que se haya celebrado antes sobre la faz de la tierra, el viaje de novios también tiene que estar acorde con esta filosofía, por lo que ya no sorprende a nadie que muchas parejas, influenciadas por los míticos «wedding planners», decidan hacerse un retiro espiritual a las planicies de Mongolia, o dediquen su luna de miel a colaborar con una dudosa ONG que presta sus servicios en un pueblo remoto de la India.
Superada y dejada muy atrás la etapa de la primera intimidad y convivencia, ahora lo que importa es subir las mejores fotos posibles a facebook e instagram, intentando hacer creer al resto de la gente que lo estás pasando bien, aunque estés más aburrido que Kiko Rivera en un campeonato de ajedrez.
El gran chollo
Ahora lo que está de moda es acudir a un especialista en viajes de novios. Son curiosos personajes que trabajan en solitario o en manada, es decir, dentro de una agencia de viajes o algún touroperador.
Para justificar las increíbles cifras que van a cobrar a los recién casados por sus servicios, se reúnen con ellos varias veces, les hacen tests de personalidad, se van de copas o a cenar, todo con la excusa de llegar a conocerlos lo mejor posible para poder recomendarles el destino que más les pega.
Aquí cada uno protege su negocio y mientras antaño bastaba con decirle al tipo que te ponía la música en tu boda que no metiese pasodobles, hoy tienes que especificar que te gusta el funk de los 80, pero más el de la parte del sur de Chicago y oeste de Detroit, ya que es necesario hacer una lista de canciones individual, particular y totalmente acorde con los gustos específicos de los novios.
Mientras hace tan solo unos años se estaba gastando una media entorno a los 1.500 y 2.000 euros por pareja en la luna de miel, actualmente esta cifra ha aumentado grotescamente hasta los 5.500 euros, un 10% más que en el 2016.
Después de hacer complícadísimas operaciones matemáticas, cientos de entrevistas y ojear la mayor parte de revistas especializadas, los profesionales de las lunas de miel acaban enviando inexorablemente a sus clientes al sudeste asiático, principalemente Tailandia o Bali, destinos donde encuentran los mayores márgenes de beneficio y suelen contentar a casi todo el mundo.
Si el presupuesto es algo más reducido, ambos acaban en el consabido Caribe, donde es posible encontrar muy buenas ofertas en resorts especializados en este tipo de viajes.
En último caso, y con el fin de no equivocarse de ninguna manera, se hace un combinado que incluya un destino enminentemente urbano, como por ejemplo Nueva York, y otro totalmente playero, como la Riviera Maya.
Todo el esfuerzo que se ha hecho en la preparación de la celebración del matrimonio para que no se parezca a la del resto de amigos y familiares, disfrazarse de hobbit, hacer un flashmob con la banda sonora de «Dirty Dancing», montar un vídeo de 35 minutos que cuenta la historia de la pareja desde su infancia, todo es en vano cuando las parejas de recién casados acaban exactamente en el mismo sitio, sobre todo después de haber pagado cantidades muy poco razonables.
El 2018
Tal y como apuntábamos al comienzo de este post, las tendencias para el año que viene vendrán muy marcadas por los viajes de novios que realicen las parejas más famosas del momento, en este caso probablemente ninguna pueda hacer sombra a la de un miembro de la Casa Real Británica como el Príncipe Harry de Inglaterra.
Se sospecha que la pareja pueda tocar el continente africano, donde ambos ya han realizado numerosos viajes y se encuentran especialmente a gusto.
Destinos tan exóticos como Ruanda o Malawi podrían ser los elegidos por la Real pareja, con lo que subirían de la noche a la mañana varios escalones dentro del escalafón internacional del turismo.
Otras fuentes apuntan a Filipinas, lugar al que la novia ha hecho numerosas menciones en su blog particular.
Pocos apuestan por la opción europea, pero aquellos que lo hacen se decantan principalmente por Italia, más en concreto por la Toscana o la Costa Amalfitana. Turquía podría ser otra opción, aunque Meghan ya ha visitado en más de una ocasión Capadocia.
Más acorde con sus recuerdos de infancia, las islas Hawaii también podrían ser las elegidas, ya que la novia pasó mucho tiempo de pequeña en ellas. Quizás podría decidir hacer ese guiño y lograr que vuelvan a convertirse en uno de los lugares más deseados por el viajero no norteamericano.
Finalmente, siempre quedan los clichés, que en este caso y basados en visitas anteriores podrían ser las islas Seychelles o Barbados, donde Harry ha disfrutado en numerosas ocasiones jugando a uno de sus deportes favoritos: el polo.
En todo caso, y tal y como decíamos, donde quiera que pasen su luna de miel se convertirá sin duda alguna en uno de los lugares más visitados del año.
Por último, desde Turama queremos insistir, sobre todo a aquellos que estén planeando su próxima luna de miel, en que no se pasa mejor por irse más lejos. Con la compañía adecuada, y se supone que en un viaje de novios se trata de eso, cualquier destino puede ser el ideal y si se trata de subir las fotos más originales a la red, sabiendo hacerlas es posible conseguirlas exactamente igual en Cádiz o en Vancouver.
Es cierto que se trata de una ocasión especial e irrepetible, que en muchos casos se repite una o dos veces más, pero no por ello es totalmente necesario tirar la casa por la ventana y dejarse todo el presupuesto en un viaje que no va a durar mucho más de una semana o diez días.
Si la cosa va bien, todas las noches podrían ser de bodas y todas las lunas de miel, y si no va tan bien, ni Seychelles, ni Nueva Zelanda, ni Zanzíbar van a conseguir el milagro.