Intentar hablar sobre Sydney evitando caer en tópicos es bastante complicado. A cualquiera le gustaría poder plasmar sobre una hoja de papel todo lo que esta ciudad puede ofrecer y la belleza que se desprende tanto de sus lugares más emblemáticos, como del enclave en el que está situada.
Una cosa es ver fotos o reportajes en los que se comenta la belleza de su bahía, sus jardines, o la típica referencia a una de sus edificaciones más emblemáticas, y que se ha convertido también en una de las imágenes más exportables del país: el Sydney Opera House; otra, bien distinta, es estar in situ allí, rodeado del típico ambiente de la ciudad, el bullicio que forman los turistas y los deportistas que corren masivamente por la tarde. Se trata de uno de esos lugares que superan con creces las expectativas y a los que es muy difícil volver a dejar atrás.
Aquí uno tiene que actuar como un turista, independientemente de lo alternativo que se quiera hacer el viaje. Sería totalmente imperdonable no presentar los consabidos respetos al edificio de la ópera, visitar, o escalar, el puente sobre la bahía, pasear por Darling Harbour, o subir a la AMP Tower.
Desde luego que Sydney tiene muchísimo más que eso que ofrecer. Podría incluso definirse como la imagen plasmada de toda una filosofía, de una forma de vida, aquella que integra perfectamente una gran urbe, con todos los atractivos que esta puede ofrecer, tanto culturales, como deportivos o incluso históricos, con un entorno natural privilegiado, que se ha sabido no sólo respetar, sino complementar y embellecer, si cabe, un poco más.
El deporte, la cultura de la playa, la gastronomía, el arte, la tecnología, y otras tantas disciplinas y actividades, ocupan su puesto de preferencia, dejando claro que aquí no se cierra la puerta a nada, que esta ciudad está viva y cada día despierta dispuesta a seguir enriqueciéndose y servir de medio necesario para vivir, y no de cárcel que atrapa y somete a sus habitantes, condenándolos a una existencia plagada de atascos, humo y sombra.
A muy corta distancia se puede disfrutar de playas como Bondi o Manly, que se han hecho famosas por albergar el mayor número de turistas venidos de todo el mundo, como si se tratase de una gran representación de las naciones unidas, pero en bañador. Todo es típico y tópico: desde el uniforme de los socorristas, la arena blanca, y las cálidas aguas que, muchas veces, dan algún susto a turistas que creen que pueden hacer lo que los propios habitantes de la ciudad no hacen.
Hacia atrás, Sydney se encuentra rodeada por lo que los nativos han denominado el “bush”, que no es otra cosa que todo lo que no es ciudad ni costa.
En este caso, las Blue Mountains hacen de cinturón natural para la ciudad. En ellas se encuentra el Mount Kosciusko, que es la montaña más alta de Australia. Desde aquí, en plena naturaleza virgen, se pueden contemplar unas de las mejores vistas montañosas, en un país que carece de ellas.
Todo esto junto conforma un cocktail prácticamente imposible de igualar y, por mucho que se quiera resaltar esto con letras mayúsculas, nunca va a poder ser comprobado hasta poner los pies en Sydney, una de las ciudades con mayor atractivo del planeta.