No recordamos algo como lo sucedido ayer en este país, con casi todos los canales de televisión retransmitiendo en directo desde el aeropuerto de Madrid el aterrizaje de un avión de la aerolínea Air Canada, el cual presentaba daños en el motor izquierdo y el tren de aterrizaje.
Se hizo realmente extraño escuchar hasta a José Javier Vázquez, y su mariachi de tertulianos, hablar de algo que no fuesen adulterios, noviazgos, divorcios y rupturas sentimentales, para pasar a opinar sobre motores a reacción, maniobras de emergencia en vuelo y procedimientos operacionales de un Boeing 767.
Es evidente que España avanza, y donde antes se decía que todos llevábamos dentro a un entrenador de fútbol, ahora también hay que añadir a un juez del Tribunal Supremo, y a un piloto comercial de avión.
Después de una mañana intensa en Madrid, con el espacio aéreo cerrado debido a la presencia de drones, a pesar de haber repetido una y mil veces, por activa y por pasiva, que está prohibida su utilización en un radio de 15 km de un recinto aeroportuario, pocos se percataron de que el verdadero peligro se produjo por esta causa.
Hasta dos pilotos notificaron a los controladores de Barajas que se habían encontrado con, al menos, un dron en su trayectoria, lo que equivale a una situación de extremo riesgo en la que se puede poner en peligro la integridad física de todos los ocupantes de un avión.
En el caso del aparato de Air Canada, la pérdida de un motor en vuelo ni siquiera se considera una situación de máxima urgencia, ya que la aeronave puede seguir volando exactamente igual con una sola turbina activa.
De hecho, este tipo de incidencias son relativamente habituales en la inmensa mayoría de aeropuertos que registran un importante volumen de operaciones, y no es precisamente la primera vez que Madrid tiene que lidiar con ellas.
Pero lo cierto es que existió una enorme sobreactuación por parte de los responsables de todo el operativo de emergencia, no tanto en lo que se refiere a la necesaria presencia de bomberos sobre la pista, o personal sanitario preparado para una posible intervención, sino sobre todo a la inexplicable aparición de decenas de psicólogos en una sala de Barajas, supuestamente pendientes de atender a los familiares de los pasajeros (no víctimas) a bordo de la aeronave afectada.
Posteriormente, toda una legión de policías escoltando la salida de los ocupantes del avión, incluso en su camino hasta el hotel, como si se tratase de los astronautas del Apolo XI.
De una situación no especialmente agradable, pero muy lejos de convertirse en extremadamente peligrosa, se hizo un auténtico drama, un vodevil para entretener una aburrida tarde de Lunes.
Y todo esto ocurrió porque hubo tiempo para pensarlo.
El aparato utilizado para operar este vuelo por parte de Air Canada, es una auténtica reliquia de la aviación, con 31 años de vida operativa sobre sus espaldas.
A diferencia de los modelos más actuales, no cuenta con un sistema de arrojado de combustible para utilizar en casos como el acontecido, por lo que sus tripulaciones tienen que realizar un patrón de espera durante varias horas para poder quemar el fuel suficiente antes de tomar tierra.
De una maniobra que podría haber durado unos pocos minutos, se pasó a otra que se prolongó durante varias horas, abriendo la imaginación de todos los medios deseosos de atraer el mayor porcentaje de audiencia a sus canales.
Habría que preguntarse primero que hace una aerolínea de primer orden, como Air Canada, volando aviones vintage, y la respuesta no es otra más que porque Boeing construyó otro modelo de aeronave lleno de fallos estructurales, vendido en masa a compañías de todo el mundo, que ahora se ven obligadas a «tirar de fondo de armario» para poder seguir cumpliendo con sus clientes.
Y mientras todo esto pasaba, y los periodistas entrevistaban al amigo de una vecina de un señor que entiende mucho de aviones, el vuelo de Iberia entre Madrid y Lanzarote tenía que regresar a la capital para poder deshacerse de un pasajero violento que estaba causando el pánico en la cabina, y otro aparato de Vueling que operaba la ruta entre Barcelona y Marrakech, se veía obligado a realizar un aterrizaje de emergencia en Málaga por la presencia de humo en su interior.
En ambos casos, especialmente complicados y que entrañan un nivel de riesgo considerable, no había psicólogos en el aeropuerto, ni batallones de policía para escoltar a los pasajeros afectados.
No hubo tiempo para crear, desarrollar y hacer una perfomance delante de las cámaras, como sí ocurrió en el caso de Air Canada.
Quizás nos encontremos en la antesala de lo próximo, que podría ser retransmitir una operación a vida a muerte desde cualquier hospital de España, con entrevistas especiales a los familiares del enfermo en cuestión.
Cientos de personas se acercaron a la inmediaciones de Barajas, para poder hacerse con las primeras imágenes en el caso de que ocurriese alguna desgracia, y colgarlas antes que nadie en las redes sociales.
Y dentro del avión implicado, otros tantos pasajeros hacían lo propio, filtrando vídeos e imágenes del interior de la cabina, que los canales de noticias rogaban por poder compartir.
Nos hemos convertido en un circo, en un espectáculo, donde lo único que importa es el «click» y el «like», el número de seguidores y de comentarios, y somos capaces de dejar morir a alguien, si con eso conseguimos un bonito vídeo para Youtube.