¿Trabajarías por amor al arte, sin percibir ningún tipo de salario por tu esfuerzo diario?. Es más que probable que tu respuesta a esta pregunta sea un «no» rotundo, pero debes de saber que al menos en el sector turístico, sí hay un importante número de gente que lo está haciendo.
Principalmente en la cultura anglosajona, aunque también en muchos otros países, es normal encontrarse con personas de cierta edad, normalmente jubiladas, que ejercen como guías y/o informadores en muchos puntos estratégicos para el turismo, como monumentos, aeropuertos, estaciones de tren, etc.
Se trata de voluntarios que, una vez desprendidos de otras obligaciones laborales y familiares, desean ocupar su tiempo y aprovechar sus conocimientos ayudando a los visitantes foráneos, lo cual suelen hacer excepcionalmente bien y sin pedir ni aceptar nada a cambio.
Se puede hablar de un servicio de calidad y absolutamente gratuito.
Por otro lado, en ocasiones también es fácil encontrar hoteles, casas rurales, resorts, u hostales, que ofertan a sus clientes diversas actividades gratuitas, como visitas a bodegas, fábricas, puntos de interés turístico, o incluso transfers al aeropuerto.
Si bien no se cobra nada a los clientes por este tipo de servicios (que van incluidos en la tarifa que ya están abonando por el alojamiento), las personas que los realizan suelen ser empleados de este tipo de establecimientos, por lo que están cobrando su nómina como cualquier otro trabajador.
De lo que queremos hablar en este post es de los «free tours», un servicio que está arrasando en prácticamente todo el mundo, y que está muy alejado de los dos ejemplos anteriores que acabamos de comentar.
En qué consisten
Los «free tours» son visitas guiadas que se suelen realizar a pie para conocer el centro de las ciudades, y que se publicitan como «gratuitas».
Antes de comenzar las mismas, se comunica a todos los asistentes que aunque no existe un precio estipulado para la actividad, sí se espera de todos ellos que dejen una «propina» al finalizar la misma, dependiendo del grado de satisfacción que hayan experimentado con su guía.
En muchos casos, es el propio guía el que informa del precio normal que tendría la visita si esta fuese de pago, recomendando una cantidad mínima en concepto de gratificación por sus servicios, que será cobrada en mano al finalizar los mismos.
De esta manera, se deja creer a los clientes (si se les puede llamar así, dado que en teoría acuden a un servicio gratuito) que son ellos los que deciden cuánto deben entregar a su guía, sin darse cuenta del fondo real de este negocio.
Es más que evidente que cuando se anuncia de antemano y para que no haya malos entendidos, que se está esperando cobrar cierta cantidad de dinero al finalizar la actividad, no debería utilizarse la palabra «gratis».
Lo cierto es que estos tours están levantando una enorme polvareda dentro del sector, y a continuación te explicamos el porqué.
La realidad
Las empresas que ofertan este tipo de servicios disponen de páginas web, diverso material de marketing, como mapas, panfletos informativos o flyers, camisetas, paraguas y merchandising de todo tipo, es decir, invierten cantidades ingentes de dinero en su negocio.
Sólo por esta razón, es obvio que necesitan financiarse de alguna manera, por mucho que sus servicios estén catalogados como «gratuitos».
La realidad de este asunto es que ellas mismas son las encargadas de cobrar una cantidad de dinero fija a sus propios guías, por cada turista que se presenta para realizar la actividad.
Según las fuentes consultadas, este importe rondaría los 3 euros por persona.
Por esta razón, muchas de estas empresas comienzan el día tomando una divertida foto del grupo, que se supone que queda para las posteridad, pero que en realidad sirve para cuantificar exactamente el número de visitantes que tiene cada servicio, y cobrar correspondientemente al guía de acuerdo a la misma.
A partir de aquí, será el propio guía el que tenga que ganarse su sustento, que dependerá del importe total final de las propinas conseguidas.
Todos aquellos que entreguen menos de los 3 euros, o simplemente decidan no finalizar la visita, equivalen a una pérdida económica para el guía.
Además de todo esto, que ya resulta bastante chocante de por si, hay que tener en cuenta la economía sumergida que se esconde detrás de estos servicios. Hablamos de dinero que se entrega en mano, sin ningún tipo de tarifa establecida ni justificante de pago, por lo que es totalmente imposible de controlar.
La polémica
Desde que en el año 2009 la directiva Bolkestein, aprobada en el Parlamento Europeo, dejase completamente desregularizados este tipo de servicios guiados, han sido muchos aquellos que se han apresurado para sacar su correspondiente beneficio.
Dado que lo que se ofrece es una visita acompañada, más que guiada, que en teoría no se cobra (hablamos de «propinas»), tampoco se exige a los que la realizan ningún tipo de formación ni acreditación.
De hecho, en muchos casos ni siquiera se identifican como guías, sino como meros informadores.
Aunque en algunas ocasiones también es posible encontrar a guías oficiales, con sus correspondientes títulos y acreditaciones para ejercer como tales, en muchos países ahora se ha puesto de moda utilizar a estudiantes, sobre todo de idiomas, los cuales se catalogan como meros «voluntarios».
Es más, en las condiciones de muchas visas de estudiantes otorgadas por países como Nueva Zelanda, Australia, o los EEUU, se permite la realización de trabajos que no superen las 20 horas semanales.
Para todos aquellos que se presentan a los exámenes oficiales para ejercer como guías turísticos, en los que tienen que superar pruebas de idiomas, de historia, o de arte, entre otras, esta competencia está resultando fatal.
La picaresca
Hace pocos días leíamos a uno de estos nuevos gurús del turismo, tan cutre como falto de neuronas, que escupe a la redes sociales sus particulares consejos para conocer distintas ciudades, afirmando que utiliza de manera constante los «free tours» ofertados, pero al final (literal) «siempre me escaqueo un poco antes de acabar la excursión y desaparezco sin que me vea nadie. He hecho más de 30 y nunca he pagado un euro…».
Tanto los organizadores, como los propios guías, cuentan de antemano con estos listillos, que luego se quejan porque no encuentran buenos trabajos y no pueden disponer de financiación para sus viajes.
Toda la responsabilidad para que esto no ocurra recae sobre los guías, que se las tienen que ingeniar para mantener el interés hasta el final, evitando que se produzcan «bajas» en sus filas.
Para contrarrestar esta picaresca, lo que se suele hacer es pasear a los visitantes por distintos establecimientos comerciales y negocios, con los cuales se ha preacordado una tarifa dependiendo del número de ventas que se consigan.
Dado que precisamente el tipo de turista que utiliza los «free tours» no es el más predispuesto a realizar compras y gastar dinero, hay otra opción para monetizar el recorrido, que es vender otro tipo de servicios, como excursiones y visitas de pago, entradas, traslados, souvenirs, o cualquier otra cosa que permita ingresar dinero a mayores.
Como vemos, asistimos a una «lowcostización» bestial de un sector que carece de la regulación y vigilancia adecuada, donde se mueven importantes cantidades de dinero (y divisas) que no aflora en ningún momento a la superficie, por el que no se cotiza, y por el que no se abonan impuestos.