Si la BBC británica tiene algo bueno, probablemente sean los programas especiales, documentales, y shows de diversas temáticas que podrás ver en un buen número de canales de pago.
Relacionados con los viajes, hay tantos y tan buenos, que nos es muy complicado elegir uno solo en concreto. Te recomendaríamos, por ejemplo, todos los que presenta el ex Monty Python Michael Palin, en los que mezcla su particular sentido del humor y filosofía de vida, con una excelente producción, fotografía, y edición.
También nos encanta Simon Reeve, un auténtico experto en historia que ha escrito diversos libros aclamados tanto por la crítica, como por el público en general, y que se ha convertido en uno de los mejores presentadores de programas de viajes de los últimos años.
Si te gustan los trenes, no te deberías perder la singular elegancia de Michael Portillo. Si lo que te van son las motos, lo mejor que vas a ver es «Long Way Round», protagonizada por el actor Ewan McGregor. Si lo tuyo es el turismo gastronómico, échale un vistazo a los programas del Chef Anthony Bourdain.
En nuestro país, nos gustaría hacer una mención especial a Jesús Calleja, que con «Volando Voy», un formato original y muy bien presentado, «Planeta Calleja» y «Desafío Extremo», ha sabido elevar notablemente el paupérrimo nivel que este tipo de programas tienen a nivel nacional.
Y de eso precisamente es de lo que queremos hablar en este post, del triste y lamentable «Callejeros Rastreros» (que es como deberían de llamar en realidad a este programa), tan sumamente cutre y lowcost que en ocasiones nos ha dado ganas de llorar, o lanzar directamente un zapato a la televisión.
Todo Precios
Este programa, que se lleva emitiendo desde el año 2009, se centra básicamente en informarte sobre cuánto cuesta un café en una determinada ciudad, un helado, una cerveza, o entrar en una discoteca.
En los más de 200 episodios que hay grabados, nunca se ha hecho mención a cómo llegaron al país correspondiente, qué aerolínea utilizaron, qué recorrido siguieron, en qué aeropuertos han estado, o cuánto cuesta el billete.
Tampoco en ningún momento hemos visto comentar los hoteles en los que se quedan, dónde están, qué precio tienen, qué categoría, en qué ubicación; nada de nada.
Los únicos dos conceptos económicos que pueden influir de una manera determinante en un viaje, sobre todo si es fuera de nuestras fronteras, son el precio del billete de avión y el del alojamiento.
Lo demás, el saber cuánto cuesta una entrada para el cine, o acceder a una sauna, o comer un plato de arroz, son auténticas memeces que no deberían protagonizar un supuesto programa sobre viajes.
Nos gustaría saber quién vería un show televisivo sobre coches, en el que el presentador en vez de analizar un modelo concreto, su motor, autonomía, equipación, y características principales, se pasase una hora preguntando cuánto le costaría si le quita los tapacubos cromados, o no le pone pintura metalizada, o si puede ahorrar cambiando los faros de xenon, o quitando la tapicería de piel.
O un programa de moda, en el que una presentadora preguntase cuánto cuesta un vestido sin el cinturón, o si no le pone zapatos de marca, o si lo puede pagar a plazos, y finalizase recomendando comprarse un modelo parecido que venden en el Primark.
Regocijarse con la miseria
Otra cosa que nos espanta de «Callejeros Rastreros» es la manera tan sumamente maleducada y poco sutil que tienen de regocijarse con la miseria ajena.
Hemos visto un buen número de episodios en los que, de una manera u otra, se acababa contactando con alguna familia autóctona, a la que siempre se le pide poder visitar su casa.
En muchos casos, los medios económicos son muy escasos, y el/la presentador/a aprovecha para hacer carnaza de la miseria ajena, haciendo preguntas del tipo: «¿De verdad dormís todos aquí?, ¿No tenéis ni un solo baño en la casa?, ¿De verdad esto es un salón?».
Posteriormente, siempre aprovecha para entrar en la cocina y levantar las tapas de las potas y ollas, para ver qué hay dentro, y exclamar de una manera exagerada «¿Sólo tenéis esto para comer todos?, ¿No tenéis una sartén?, ¿Y esto es lo que coméis?».
Pues sí, a pesar de que a muchos les pueda parecer increíble, nuestro país es una rareza comparado con la gran mayoría de los que hay en el mundo, donde muchísima gente tiene que sobrevivir con lo mínimo imprescindible.
No creemos que haga falta ir a restregárselo por las narices de semejante manera, sólo para disfrute y regocijo de la audiencia.
Escupir la comida
Y hay algo que todavía nos da incluso, si cabe, mayor vergüenza ajena, que son los numeritos que suelen montar siempre sobre todo en países asiáticos, africanos y sudamericanos, donde en ocasiones se suelen comer cosas muy poco habituales en nuestra dieta.
No hay nada que indique peor educación, que te den algo para comer y lo escupas al suelo haciendo mil aspavientos, justo delante de la persona que te lo acaba de entregar con la mejor intención.
Imagínate a un norteamericano probando la morcilla de Burgos en plena calle, que no deja de ser sangre mezclada con arroz y especias, y tener que ver cómo se la mete en la boca y acto seguido la escupe al suelo, casi como si fuese veneno, forzando arcadas delante de todo el mundo.
Probablemente pensarías: «Vaya imbécil», que muy probablemente sea también lo que piensan todas esas personas de Indonesia, Tailandia, y tantos otros países, que ven a un turista extranjero asqueándose de una manera exagerada de algo que ellos suelen comer habitualmente.
Todos los que hemos viajado (de verdad y no para la galería) en bastantes ocasiones hemos tenido que hacer de tripas corazón, y comer o beber algo que nos han ofrecido, respetando siempre a la otra persona, su cultura y sobre todo su manera de vivir, aunque en el fondo lo estuviésemos pasando realmente mal.
Una buena señal del nivelazo que tiene tanto el programa, como aquellos que lo presentan.
Y el problema está en que después de ver todo esto, hay mucha gente que se cree que es lo normal. Que no pasa nada si vas por ahí riéndote de las desgracias ajenas, o haciendo fotos a gente menos afortunada que tú para luego criticarla, o probando comida para luego escupirla entre carcajadas en medio de la calle.
Incluso en este sub apartado del sector turístico, es necesario subir urgentemente el nivel, porque estamos creando y potenciando el mismo tipo de turista que traemos a nuestro país: cutre, lowcost, y con un nivel de ignorancia y pésima educación tan sumamente elevado, que da miedo.