Cuando un avión sirvió para unir a todo un país

Es probable que cuando leas este post encuentres ciertas similitudes con la situación actual por la que estamos atravesando. No es ninguna casualidad…

Corría el año 1940 cuando el Reino Unido se encontraba de nuevo inmerso en un conflicto armado con Alemania, pero en aquella ocasión las circunstancias eran muy distintas.

Habían transcurrido poco más de 20 años desde el fin de la Primera Guerra Mundial, y el país sufría una crisis económica sin precedentes, la cual obligaba a apretarse el cinturón a todos los ciudadanos.

Horfanato inglés en el año 1940

Era obligatorio construir un importante número de aviones si se quería defender la isla de los ataques enemigos, pero lo cierto es que no se disponía de los medios económicos necesarios para poder desarrollar esta labor, razón por la cual se optó por sacarse de la manga un nuevo Ministerio, cuya función esencial sería acometer esta complicada tarea.

El cargo de Ministro para la producción de aviones recayó en Lord Beaverbrook, un banquero canadiense que había logrado amasar una gran fortuna en Montreal, trasladándose posteriormente hasta Inglaterra para participar activamente dentro del partido conservador.

William Maxwell Aitken, también conocido como Lord Beaverbrook

Churchill conocía su especial habilidad para conseguir dinero incluso de debajo de las piedras, si eso era necesario, y Beaverbrook agradeció la confianza que el Primer Ministro británico había puesto en él.

De esta manera, en Mayo de 1940 Beaverbrook inauguró la Fundación Spitfire, sólo dos meses antes del comienzo de lo que la historia posteriormente bautizaría como «La Batalla de Inglaterra», desarrollada primordialmente en el aire.

El primer crowfunding de la historia

El plan de Beaverbrook era realmente sencillo, pero absolutamente ingenioso e innovador. Consistía en recaudar fondos privados en todo el país para ayudar a la construcción de aviones del modelo Spitfire.

Construyendo aviones Spitfire en la década de los 40

Cualquier ciudadano podía donar desde 6 peniques, que era el precio de un pequeño pin para colocar en la solapa, hasta miles de libras.

Beaverbrook pensó que la sola idea de pedir dinero para ayudar a defender el país no sería suficiente para muchas personas, las cuales a su vez tampoco disponían de ahorros y vivían prácticamente al día.

Para ayudar a visualizar lo que se estaba haciendo, se le ocurrió poner un precio imaginario por cada avión construido, que él mismo valoró en 5.000 libras por Spitfire.

Siguiendo la misma táctica, fabricar un ala costaba 2.000 libras, y dotar a cada aparato de una ametralladora suponía un coste de 200 libras.

Fábrica de Spitfires en Inglaterra durante la II Guerra Mundial

A aquellos que aportaban las sumas más importantes de dinero a la Fundación, se les permitía ponerle un nombre al avión, o decorarlo con sus colores favoritos, o incluso con el escudo de su pueblo natal.

Los que no disponían de efectivo, ayudaban igualmente regalando sartenes, ollas, y otros elementos de cocina, los cuales eran reciclados y pasaban a formar parte de la materia prima imprescindible para fabricar las aeronaves.

Posteriormente se optó por tocar la fibra sensible de cada ciudad, publicando cuánto dinero había recaudado para la causa.

De este modo, los habitantes de cada circunscripción veían con envida cómo sus vecinos se las habían ingeniado para conseguir más aportaciones, lo cual aumentaba las rivalidades locales y suponía un importante incremento en el número de donantes.

Mientras unos organizaban bailes y fiestas destinados a recaudar fondos, otros pegaban posters en la vía pública apelando a la solidaridad con la RAF, en un momento en el que sus pilotos estaban sufriendo un importante número de bajas prácticamente a diario.

Poster apoyando a la RAF duante la II Guerra Mundial

Sólo en el pequeño pueblo de Harrogate se recaudó un total de 7.000 libras, las cuales sirvieron para bautizar a un Spitfire con su nombre, el cual acabaría en el fondo del Canal de la Mancha, igual que tantos otros.

En una época en la que no había internet ni redes sociales, la televisión era un lujo que muy pocos se podían permitir, y tanto los periódicos escritos como la radio las únicas maneras de mantenerse al tanto de lo que estaba ocurriendo, la Fundación Spitfire logró recaudar un total de más de 13 millones de libras esterlinas, una cifra que incluso hoy en día se consideraría un auténtico éxito.

Durante el transcurso de la campaña llegaron a construirse más de 20.000 aviones del modelo Spitfire, de los cuales un total de 2.500 fueron gracias a las donaciones populares, que a la postre servirían para lograr una victoria de la que se llegó a dudar en muchos momentos.

Spitfire preparado para despegar durante la II Guerra Mundial

La gente común, los ciudadanos, lo que algunos gustan de denominar «el pueblo», fueron realmente los que propiciaron y ayudaron a la fabricación de estos aparatos, a través de sus aportaciones personales, donaciones, y un esfuerzo conjunto destinado a una causa considerada justa.

El 20 de Agosto de 1940 en la Casa de los Comunes, Sir Winston Churchill pronunciaba sus famosas palabras: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos», haciendo referencia a la labor de los pilotos de la RAF durante el transcurso de la Batalla de Inglaterra.

Spitfires en formación durante la II Guerra Mundial

80 años después, es la aviación comercial la que se encuentra en sus horas más bajas, y el enemigo a batir es de tamaño microscópico.

Los Churchill, Patton, y Montgomery han desaparecido para dar lugar a otras versiones lowcot más modernas, que carecen de liderazgo, ideas, e iniciativa para superar una crisis que nos hunde por momentos.

El campo de batalla no es el Canal de la Mancha, sino las redes sociales, y los ataques al enemigo no se hacen con bombas, sino a través de comentarios supuestamente ingeniosos.

Sin medios, sin tecnología, y con muy pocos conocimientos técnicos, aquella generación superó obstáculos impensables hoy en día. Quizás tenían de sobra algo de lo que nosotros carecemos en la actualidad.

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