Llegar desde Reyjkavik a esta zona, al oeste de Islandia, es bastante fácil: basta con subir por la carretera 1 y desviarse en Borgarnes hacia la 54, la cual atraviesa toda la península y es bastante «conducible», a diferencia de otras más al norte.
En el camino se puede parar en Glymur, y veréis una de las cascadas más grandes del país y, al parecer, de toda Europa.
Lamentablemente, en mi caso, me topé con que el único medio para cruzar el río que lleva hacia la misma, un tronco de madera sobre el mismo, había sido retirado porque consideraban que ya había acabado la temporada turista (esto fué a mediados de Octubre).
Del porqué un tronco de madera sobre un río marca la diferencia entre ver una atracción natural y turística como esta, y no poder acceder a ella, nunca lo entenderé.
Supongo que, en primer lugar, no se quiere intervenir en el medio con infraestructuras que puedan dañarlo y, por otro lado, al no haber mucha gente por allí, se intenta que nadie resulte herido en el intento.
Hay que decir que la subida final hacia la cascada no es totalmente vertical, pero por muy poco, así que mejor llegar en forma.
Borgarnes es un pequeño pueblo que une las dos carreteras que suben hacia el norte y hacia la península de Snaefellsnes, la 1 y la 54. Tiene cierto encanto, está en una situación privilegiada, al lado del mar y rodeado de montañas nevadas (en el momento de mi visita).
Dispone de varios sitios donde alojarse; yo paré en el Hotel Borgarnes, un establecimiento bastante grande, con habitaciones decentes pero muy anticuadas y donde me dieron el desayuno más paupérrimo de la historia de los desayunos.
En Borgarnes está uno de los museos más recomendados para ver en Islandia y, justo al lado, se encuentra un buen restaurante para comer, así que se puede aprovechar y matar dos pájaros de un tiro.
Llegados hasta aquí y desviándose por la carretera 54, entraremos en la Península de Snaefellsnes.
¿Qué podemos encontrar ?, pues la respuesta es fácil: un paisaje increíble, unos acantilados de vértigo, unas vistas que parecen de otro planeta.
Siguiendo la 54 podréis dar la vuelta a toda la península y, la verdad, sí, vale la pena. Una imagen vale más que mil palabras, así que dejo alguna foto para que os hagáis una idea.
Básicamente se trata de campos de lava cubiertos por musgo de diversos colores, haciendo las formas más increíbles que podáis imaginar y que han sido inspiración para novelas, historias y localización para alguna que otra película.
Aquí os podéis quedar a dormir en el pequeño pueblo de Stykkishólmur, que es la base del ferry que sube hacia el norte, y os puede ahorrar un buen tramo de carretera complicada.
No tiene nada en particular, pero es bastante estratégico para continuar la visita.
Yo me quedé en el hotel Breidafjördur, un minúsculo establecimiento, pero con habitaciones amplias, cómodas, limpias y sin ducha tsunami.
A partir de aquí, tendréis que decidir si queréis seguir por carretera hacia el norte, o coger el ferry.
En verano, hace varios viajes y podéis escoger cuándo cogerlo. En invierno hace uno al día y ni siquiera todos los días, así que la elección es más complicada.
En mi caso, opté por seguir por la carretera, más que nada por conocer la zona. Me equivoqué: la zona no tiene nada en especial por lo que tragarse esa cantidad de kilómetros.