El final de Baleares y Canarias

¿Cuántas veces en tu vida has soñado con poder viajar a las Seychelles, o incluso a Maldivas?. No vamos a pincharte el globo, son dos paraísos terrenales dignos de conocer, pero si lo piensas bien, estamos hablando única y exclusivamente de playa, mar y sol.

Si ambos destinos no sufrieran anualmente sus respectivas temporadas de lluvias, estarían los 12 meses del año muy próximos a colgar el cartel de «completo», a pesar de tratarse de dos de los puntos turísticos más caros de todo el planeta.

Gran parte de su encanto radica precisamente en su exclusividad. No todo el mundo puede permitirse viajar a estas joyas del Océano Indico, y la gente que sí lo hace, no va con la intención de pasarse el día bebiendo cerveza en la playa, y la noche bailando en una discoteca.

En las Seychelles, además, se cuida especialmente el entorno, que al fin y al cabo es la razón que a la postre acaba alimentando a muchas bocas, y en Maldivas los grandes resorts acometen cada cierto tiempo trabajos para cultivar el coral que inexorablemente va muriendo.

«Exactamente el mismo caso» que en nuestro país podemos ver tanto en las Islas Baleares, como en las Canarias, donde el listón se ha bajado tanto que cualquier trabajador de clase media baja, británico o alemán, no español, puede permitirse pasar una semana en régimen de Todo Incluido.

Desde los organismos turísticos competentes, por los que han pasado representantes de diversos partidos políticos, se ha condenado a nuestras islas a vivir en una situación permanente de servilismo y pleitesía al visitante lowcost extranjero, que en la gran mayoría de los casos no tiene ni el boceto de una idea de dónde se encuentra realmente.

Mientras entre nuestra juventud puedes hablar de lugares como Ubud, Seminyak, Java, o Phuket, porque muchos los han visitado ya, o esperan hacerlo en breve, los futuros grandes viajeros peninsulares tienen cierta dificultad a la hora de ubicar en un mapa, por ejemplo, a Mallorca, Tenerife, Menorca, o Formentera.

La asociación mental que se hace del turismo masivo de borrachera güiri que hay en nuestras islas, frente al supuesto (y falso) entorno místico de los países del Sureste Asiático, ha decantado la balanza de las preferencias turísticas entre los más jóvenes, que miran con cierto recelo los catálogos que incluyen ofertas a Baleares o Canarias.

Nosotros mismos nos hemos encargado de convertir a nuestras islas en la discoteca de Centroeuropa.

Nunca verás a pandillas de post adolescentes semidesnudos y borrachos cantando por el centro de Mónaco, porque la ciudad (o en realidad el Principado), hace muchos años que se blindó frente a ellos.

No tienen mejores playas que nosotros, ni mejores resorts, ni mejores infraestructuras, ni mucho menos mejor oferta cultural, pero lo que sí tienen es la capacidad de saber valorarse y conocer exactamente el tipo de turista que quieren albergar.

Aquí nos vale todo, que entren hasta la cocina, y si en el camino rompen algo, no pasa nada, ya lo arreglaremos las veces que hagan falta.

Tenemos la suerte de contar con auténticos tesoros, tanto en Canarias, como en Baleares, pero los vendemos a precio de ganga. Cualquier empresario del sector de la hostelería, o restauración, sabe perfectamente a qué tipo de cliente está dirigido su negocio, y los precios exactos que tiene que cobrar por cada plato, para conseguir que por la puerta entre la persona idónea.

Y ahora, que hemos tenido la suerte (para algunos), o desgracia (para otros) de quitarnos de encima a los Thomas Cook de turno, con todo lo que ello significa, y nos vemos obligados a reestructura una vez más el sector turístico en las islas, seremos capaces de volver a vender nuestra alma al diablo, e hipotecar el futuro de muchos, de aquí a otros pocos meses vista, cuando vuelva a quebrar el siguiente touroperador/aerolínea.

En vez de compararnos con Mónaco, o toda la costa azul, con prácticamente toda Suiza, o Corea del Sur, entre otros, preferimos bajarnos al nivel de Cabo Verde, Egipto, Túnez, o Turquía.

¿Por qué?, porque ni nosotros nos lo creemos, y así no vamos a poder hacérselo creer a nadie.

Si todavía nos quedan dos dedos de frente, lo que correspondería en este momento es declarar la muerte clínica y definitiva del modelo turístico que hasta hace pocas horas teníamos en las islas, y comenzar a pensar en el futuro y en qué tipo de visitantes queremos para ellas.

No, ni Baleares ni Canarias han muerto, salvo que intentemos volver a asesinarlas.

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