Ahora está de moda indignarse por prácticamente todo. Las redes sociales, principalmente, se han llenado de «indignaditos» que muestran su repulsa contra cualquier cosa. Se hace ya casi imposible dar los buenos días por la mañana, ante el temor de que te ataquen las asociaciones de amantes de las «buenas tardes».
Yo, viajero, sí que estoy indignado, y cada día más, con el estado del sector turístico en este país, así como con todas las empresas que se benefician de el.
Estoy indignado con Ryanair, que mañana comienza otra jornada de huelga en España, porque después de más de 30 años operando se sigue negando a aplicar la legislación laboral española a sus empleados tripulantes de cabina.
Estoy indignado con las autoridades que deberían haber resuelto esta situación hace muchísimo tiempo, pero que sólo actúan con contundencia cuando se trata de autónomos o pequeñas empresas, y miran para otro lado cuando un grande hace exactamente lo que le sale de las narices.
Me indigna que Ryanair se niegue a compensar a sus pasajeros afectados por los parones, haciendo como si la cosa no fuese con ella y pasándose cualquier ley que le perjudique por el arco del triunfo.
Pero todavía me indigna más que la compañía irlandesa vuelva a ser, una vez más, la peor valorada de Europa, y al mismo tiempo, la segunda que más pasajeros transporta cada año.
También estoy indignado con Vueling, que durante el 2018 dejó un reguero de pasajeros tirados por aeropuertos de toda Europa, y tras múltiples expedientes de investigación y supuestas propuestas para sanción, de nuevo todo ha quedado en agua de borrajas.
Me indigna profundamente que Vueling compense a sus pasajeros afectados por overbooking con 100 euros menos de lo que indica la ley que les corresponde, y me indigna hasta el límite que la lowcost española se niegue a aplicar el descuento del 75% a los residentes en las islas, así como en Ceuta y en Melilla, cuando decide abonar los 250 euros estipulados legalmente, pero sólo para gastar en otros vuelos con la aerolínea.
Me siento indignado con una compañía aérea que, año tras año, demuestra ser un auténtico desastre de organización, y que aún encima se permite interpretar las leyes a su favor porque tampoco nadie le dice nada.
Me sigue indignando Iberia, que siendo una lowcost de los pies a la cabeza, falta a su palabra un día sí y otro también.
Me indigna que Iberia utilice los datos de las tarjetas de sus pasajeros, que se comunican telefónicamente al servicio de atención al cliente, para cargarles servicios que no han solicitado, obligando a estos a presentar la correspondiente denuncia ante la policía, anular la tarjeta y a realizar mil gestiones para intentar solucionar la situación.
Me sobrepasa de indignación que Iberia pase, sin permiso del titular, los datos de las tarjetas de crédito de sus pasajeros a otras empresas.
Me indigna que Iberia diga que contesta a todas las reclamaciones en 30 días naturales, y a nosotros nos hayan llegado dos líneas pidiendo disculpas por la estafa del seguro hoy mismo, 5 meses después de transcurridos los hechos.
Y me indigna hasta la médula que Iberia, que hace apenas un año presumía de ser la aerolínea más puntual del mundo, después de aumentar escandalosamente los tiempos de cada vuelo que opera, durante el 2018 no entre ni en el ranking de las 20 primeras que sí cumplen con los horarios establecidos.
Rabio de indignación cuando a cualquier pequeño empresario, o autónomo, se le solicitan mil permisos y garantías para poder desempeñar su labor, y a las aerolíneas no se les pide que tengan un seguro que las cubra en caso de quiebra, para poder repatriar a todos los pasajeros que se quedan abandonados por su falta de responsabilidad.
Me siento indignado y estafado al vivir en el segundo país que recibe más turistas del planeta, y que tiene 17 legislaciones turísticas distintas, ya que cada Comunidad Autónoma hace lo que le parece más oportuno, sin buscar una mínima homogeneidad legal en uno de los sectores más cruciales.
Me indigna que desde ciertas Instituciones se promueva y anime a los ciudadanos a realizar protestas contra los turistas, mientras al mismo tiempo se les machaca con tasas de todo tipo, que no se sabe muy bien cuál es su fin.
Me indigna y me humilla que seamos uno de los países del mundo con más aeropuertos por habitante, y sin embargo en muchos de ellos se puedan contar los vuelos que operan a diario con los dedos de una mano.
Me indigna sobremanera que teniendo una cultura tan sumamente rica como la nuestra, en todos los campos imaginables, desde las instituciones sólo se promueva el turismo de sol, playa y cerveza barata.
Y lo que más me indigna de todo esto, y con muchísima diferencia, es que en un país con un 15% de población sin empleo, falte personal de limpieza en los hoteles, en el departamento de atención al cliente de las aerolíneas, en las oficinas de información turística, en los organismos encargados de defender los derechos de los pasajeros, y prácticamente en casi cualquier empresa del sector servicios.
Y aún así, seguimos siendo los que recibimos más visitantes extranjeros en todo el mundo, después de Francia, y un referente turístico mundial.
Si es que no se consuela el que no quiere.