Uno de los momentos que más me gusta recordar del año pasado, fue una reunión que mantuvimos con diversos agentes y mayoristas de viajes llegados desde diversos rincones del planeta. Tal y como se suele hacer en este tipo de eventos, para romper el hielo se nos pidió a todos que nos presentásemos, hablando un poco sobre nuestro trabajo y también de nuestro país, desde una perspectiva turística.
Escuché atentamente los comentarios de mis compañeros, y cuando llegó mi turno se me ocurrió que sería una buena idea obviar la imagen estereotipada de España como destino de sol y playa, sacando a relucir otros atractivos que es probable que muchos no conociesen.
En el auditorio había representantes de los EEUU, mayoritariamente, de Inglaterra, Australia, Sudáfrica y por supuesto de un buen número de países europeos. Yo sabía que muchos de ellos, tal y como me ocurría a mi mismo, estaban totalmente enganchados a la serie de Juego de Tronos, que por aquel entonces llegaba a su esperado capítulo final.
Así que en el último momento se me ocurrió comenzar a hablar sobre el Castillo de La Mota, en Valladolid, un lugar que conocí de pequeño porque está encuadrado en el tramo de carretera que une Galicia con la meseta.
Por supuesto, conté algunos detalles que había estudiado en su momento, como el que hace referencia a la importancia que tuvieron en su día las ferias que se celebraban en Medina del Campo, pero tengo que confesar que acabé adornando mi discurso colocando a cientos de caballeros con armadura por el lugar, algunas batallas que desconozco si tuvieron lugar, o no, y algún otro guiño que se podía relacionar fácilmente con la famosa serie de televisión.
Ante mi sorpresa, todos los presentes escucharon con especial atención mi presentación, totalmente improvisada y algo inflada de imaginación, tomando notas sobre los detalles que iba facilitando.
Gente que se suponía experta en turismo, desconocía la cantidad de castillos que hay en España, una herencia cultural que pone los ojos como platos a ciudadanos de los EEUU, Canadá, Australia, y muchos otros países considerados «jóvenes».
Y lo peor no fue eso, mi grado de estupefacción llegó a su nivel máximo cuando en una charla posterior hice alusión a las cuevas ubicadas en Cantabria, muchas de las cuales contienen pinturas rupestres de incalculable valor, mientras algunos de los presentes comenzaban a mirarme con gestos de incredulidad al hacer mención a la presencia de osos y lobos en el norte de España.
Te compran lo que vendes
Y eso es exactamente lo que ocurre cuando llevas varias décadas vendiendo lo mismo, ofertando un sistema turístico que sólo funciona cuando existe masificación, algo que desgraciadamente vamos a tardar bastante tiempo en volver a ver.
España se ha empeñado en centrarse en la distribución de una imagen muy poco especializada, que basa más del 14% del PIB nacional en atraer a cantidades ingentes de extranjeros, también muy poco especializados en su mayoría y que basan el éxito de sus vacaciones en que brille el sol durante el día, y corra el alcohol durante la noche.
Pero ahora la situación ha cambiado radicalmente: si hace apenas dos meses el mayor reto turístico era lograr acabar con la saturación de visitantes en algunos puntos del país, hoy resulta que el máximo problema es precisamente que no hay un solo viajero que «echarse a la boca».
La crisis turística nos va a afectar a nosotros más que a nadie, principalmente porque nunca nos hemos preocupado por implementar un modelo de futuro.
La oferta de sol, playa, cerveza barata, vuelos asequibles y hoteles todo incluido, la trabajan cientos de países además del nuestro. El viajero que busque eso, tiene un amplio abanico donde poder escoger y encontrarlo, dentro de Europa, al otro lado del Atlántico, en el Medio Oriente, o en muchos países del norte de Africa.
El caso italiano
Sin embargo, el caso de nuestro país vecino es totalmente diferente.
El turista no acude a Roma a tomar el sol, aunque durante el mes de Agosto te puedas abrasar haciendo cola para entrar en el Vaticano.
Quien viaja a Florencia, a Milán, a Venecia, a Verona, a Pisa, o a Nápoles, lo hace porque son destinos únicos e irrepetibles, y no es posible encontrar algo similar en ningún otro lugar del planeta.
Por descontado, los millones de visitantes que acuden cada año a cualquiera de estas ciudades, también quieren pasarlo bien, también les gusta salir por la noche a beber, también provocan problemas en muchas ocasiones, eso es absolutamente inevitable.
Pero, y la pregunta que debemos hacernos es esta: cuando escuchamos el término «turismo de borrachera» (o cualquier otro que pueda definir algo parecido), ¿se nos vienen a la cabeza la ciudades italianas que acabamos de nombrar, o quizás pensamos en otros destinos ubicados en nuestro propios país?.
Cuando esto acabe, millones de viajeros van a querer seguir viajando a Madrid, o a Barcelona, las dos ciudades que reciben a más visitantes extranjeros de España.
No hay nada que pueda sustituir pasear por la Gran Vía, o el Madrid de los Austrias, ni nada medianamente equiparable a poder ver la Sagrada Familia, o tomar una foto desde el Park Güell.
Lamentablemente, la inmensa mayoría de municipios españoles que han basado su oferta turística en su playa y su buen clima, son extremadamente fáciles de sustituir.
Y ahora, que nos hemos quedado literalmente con el culo al aire, ¿cuál es el plan?…