Ponggok es una pequeña población situada en el centro de la isla de Java, Indonesia, en la que residen actualmente unas 700 familias.
A pesar de estar ubicada dentro de un entorno que atrae a muchos turistas durante todo el año, Ponggok carecía de cualquier tipo de atractivo que pudiese ser comercializado de cara al visitante extranjero, y sus habitantes vivían en condiciones muy precarias.
Esto fue así hasta el año 2006, en el que fue elegido como alcalde del pueblo Junaedi Mulyono.
Junaedi siempre estuvo convencido de que en Ponggok se podía hacer algo que lograse atraer a muchos de los turistas que pululan diariamente por la zona, y con ello contribuir a intentar mejorar la situación económica de sus vecinos.
Para conseguir su objetivo, se fijó en el elemento más distintivo del pueblo, que es un pequeño lago de 20×50 metros, y que cuenta con una profundidad máxima de 2.5 metros.
Este lago siempre se había utilizado para lavar la ropa y deshacerse de basura, por lo que los niveles de contaminación del mismo eran absolutamente apabullantes, llegando a estar cubierto durante mucho tiempo por una especie de capa oscura de barro, que imposibilitaba el acceso al mismo.
Junaedi se dirigió a la Universidad de Gadjah Mada, en la ciudad de Yogyakarta, solicitando a varios estudiantes que se desplazasen hasta el pueblo para estudiar la posibilidad de limpiar el lago. En el estudio realizado se confirmó que estaba alimentado por más de 40 manantiales naturales, que hacían viables las tareas de limpieza y desinfección.
Se decidió crear una empresa local, en la que todos los habitantes de Ponggok podrían contribuir con sus ahorros, y con ella asumir los gastos derivados de los trabajos necesarios para reconvertir el pequeño lago en una atracción turística. El negocio fue bautizado con el nombre de Tirta Mandiri.
En principio, fueron muy pocos los que se decidieron a depositar sus pocos ahorros en lo que se consideraba una «aventura», pero a medida que el lago comenzaba de nuevo a tomar forma, un buen número de vecinos acabaron apostando por la idea.
Finalmente, una vez totalmente limpio, el lago fue llenado con peces de colores, y en el fondo se fueron depositando diversos tipos de objetos, que van desde motocicletas a televisiones, o bicicletas, entre otros.
El entorno fue reconvertido en una especie de miniparque temático, y aperturado al público hace más de 5 años, con una entrada de acceso por el importe equivalente a 1 euro.
Los visitantes pueden hacerse fotos submarinas, que están causando furor en Instagram, y si no cuentan con el equipo necesario para ello, lo pueden alquilar por unos 4 euros.
Además, se ha ido aumentado la oferta con pequeños puestos de pescado, bares y tiendas de artesanía.
Actualmente, la sociedad creada por Junaedi reparte beneficios entre las más de 430 familias que decidieron apostar por su idea, y la cuenta de Instagram del pueblo cuenta con más de 40.000 seguidores.
Desde luego, no es la primera vez que esto ocurre, y no faltan numerosos ejemplos de otros visionarios que pudieron imaginar un suculento negocio donde sólo había suciedad.
Particularmente, uno de los casos que más nos llamó la atención, es la zona portuaria de Darling Harbour, en Sydney, en la que se ubicaban diversos astilleros y se encontraba inundada de ratas y desperdicios.
Después de un minucioso estudio y una gran inversión de tiempo y dinero, ahora es una de las zonas de ocio más visitadas de la ciudad australiana, en la que se reúnen multitud de centros comerciales, restaurantes, museos, etc.
El mismo ejemplo de Darling Harbour fue el que utilizaron en su días las autoridades de Cape Town, en Sudáfrica, haciendo exactamente lo mismo con el área conocida como Waterfront.
En un principio, igualmente un lugar de amarre para los barcos pesqueros, y hoy la zona donde están varios de los mejores hoteles, centros comerciales y restaurantes de la ciudad.
Por nuestra parte, en el otro lado del mundo, y más concretamente en nuestro país, estamos haciendo exactamente lo contrario: lugares de una belleza natural incomparable, que poco a poco se van convirtiendo en estercoleros por culpa de una masificación incontrolada de turismo y una dejadez apabullante por parte de las autoridades locales.
Ironías de la vida…