LOS CONTROLADORES ADVIERTEN: "ESTO NO DA PARA MÁS..."

Teníamos bastante respeto al día de hoy, 21 de Julio, ya que se ha batido con creces el número de vuelos programados en varios aeropuertos del mundo, entre los que se encuentra Heathrow, en la capital londinense.

El principal aeropuerto inglés, que ocupa el primer lugar europeo y séptimo mundial por número de pasajeros, va a registrar en estas 24 horas la impresionante cifra récord de 8.800 vuelos, contabilizando tanto salidas como entradas al país.

Solamente durante este Verano los controladores aéreos ingleses van a tener que supervisar 770.000 vuelos, 40.000 más que en el mismo período del pasado año. Estas cifras han hecho saltar las alarmas y los profesionales del sector han declarado que el espacio aéreo ya no da para más, por lo que se prevé una saturación casi inmediata del mismo si no se toman las medidas oportunas.

De momento, han afirmado estar preparados para la avalancha de incidencias que se espera se produzcan durante estos días, pero hacen saber que de no reestructurarse el espacio aéreo y muchas de las normas y reglamentación actualmente en vigor, no va a ser posible prestar un servicio que aporte calidad y seguridad a las compañías aéreas y sus pasajeros.

En la actualidad se están poniendo en práctica diversas medidas para minimizar el impacto de semejante aglomeración de aeronaves en las comunidades adyacentes a los aeropuertos más importantes y saturados. Gracias a la modernización de los aviones, es posible mantenerlos en esperas a mayor altura y durante más tiempo, haciéndolos descender en sendas mucho más pronunciadas.

Quizás habría que empezar a pensar cómo es posible que un aeropuerto como Heathrow, que mueve 25 millones de pasajeros más que su homólogo de la capital española, mantenga en casi todo momento una operatividad que roza el 100% y que raras veces colapsa, mientras que Barajas, que cuenta con dos pistas más y los controladores aéreos mejor pagados de Europa, sólo necesita de un leve incremento en el tráfico de llegadas o salidas para entrar en coma.

Cada día podemos ver cómo miles de usuarios de recintos aeroportuarios como el de Madrid o Barcelona, esperan largas colas para pasar los nuevos controles de documentación, o tienen que desalojar salas a causa de una tormenta de Verano, como pasó hace unos días en la T4 madrileña, con un bochornoso espectáculo tercermundista de goteras.

Quizás algunos podrían pensar que AENA, sociedad mercantil estatal encargada de gestionar los aeropuertos, carece de medios o presupuesto para afrontar tan importante misión, pero esto no es así. Hace tan solo unos días, AENA intentó lanzar una OPA hostil (compra masiva de acciones) contra ABERTIS, la empresa que gestiona las autopistas, por lo que parece más que evidente que dinero tiene de sobra.

Mientras que en el Reino Unido se adelantan a los acontecimientos y ya se prepara la tercera pista en el aeropuerto de Heathrow y un billonario gasto en el de Manchester para adecuarlo a los nuevos volúmenes de pasajeros que van a tener que atender en los próximos años, en nuestro país seguimos haciendo esperar horas de pie a turistas nacionales y extranjeros, mientras AENA se dedica a abrir más y más tiendas en nuestros aeropuertos.

Mínima supervisión, nula anticipación y paupérrima gestión de un servicio de vital importancia en el tercer país más visitado del planeta. ¡ Olé !

Pero no nos vamos a quedar aquí. El monstruoso número de aviones que están estos días aterrizando y despegando en países de todo el mundo, lleva dentro a cantidades ingentes de viajeros que, en algunos casos, están también saturando y destrozando destinos turísticos.

Cada día nos levantamos con nuevos casos de turismofobia que ponen los vellos de punta al más echado «pa´lante». Hoy mismo, un partido político proponía al gobierno de Barcelona la urgente municipalización de la industria turística, hoteles y albergues, con el fin de «socializar sus beneficios».

Semejante patada a la propiedad privada, libertad de comercio, y normas elementales de una sociedad avanzada, nos hacen sospechar que nos encontramos ante el principio del fin.

Lo que es cierto es que no sólo Barcelona está teniendo importantes problemas para controlar el superavit de visitantes en su territorio. Venecia también ha dado la señal de alarma, incluso con manifestaciones marítimas que pretendía evitar el amarre de más cruceros en sus aguas. Dubrovnik está a punto de perder su condición de ciudad Patrimonio de la Humanidad, otorgado por la UNESCO, sino implementa una serie urgente de medidas para reducir la entrada de turistas.

Incluso la hasta hace poco tiempo no tan visitada Tailandia está registrando avalanchas de mochileros que acuden en viajes lowcost desde todas partes del mundo, y han arruinado lugares tan emblemáticos como la famosa playa de la isla Phi Phi, o el entorno de Khao Phing Kan, abarrotado de pequeñas embarcaciones de visitantes cámara en mano.

Si bien es cierto que hay un problema, este no se soluciona como en la edad medida, echando a la hoguera todo aquello que nos resulta raro o no sabemos controlar.

La práctica totalidad de países del mundo, y todas sus ciudades, invierten cada año sumas multimillonarias para intentar vender su atractivo turístico al resto. Poner en duda a estas alturas que un incremento de los visitantes foráneos redunda en un beneficio económico general para la comunidad, es como volver a plantear que la tierra es plana. Ambas afirmaciones parece que vuelven a estar de moda en este momento.

Sin embargo, el hecho de plantear traer el mayor número posible de visitantes, sea como sea, sin unas normas, una supervisión y un control, es lo que ha causado la debacle.

Al turista hay que educarlo, y qué mejor educación que el ejemplo. No se verá nunca a nadie hablando o riéndose en el monumento al soldado desconocido, en EEUU, o entrando con sandalias de playa y bañador en la Capilla Sixtina.

Sin embargo, en localizaciones del noreste peninsular, las Islas Baleares, Andalucía o Canarias, es más que común cruzarse con hordas de visitantes lowcost totalmente ebrios y cubriendo las calles y playas con sus propios fluídos corporales.

Ahora empieza la reacción de muchos municipios, que intentan poner coto a la circulación de turistas sin camiseta, exigiendo una vestimenta mínima para poder andar por la calle. Como siempre, pasamos de un extremo a otro como capitán de navío que gobierna su embarcación a bandazos en un temporal.

La masificación, aérea y terrestre, es un problema que puede adquirir dimensiones desproporcionadas si no se toman medidas urgentes. Es peligroso que múltiples aviones estén maniobrando en un espacio aéreo reducido, y también es peligroso que grupos de hooligans lowcost hagan lo propio en el paseo marítimo de cualquier ciudad costera.

La solución no está en la expropiación de la propiedad ajena, como se hacía en la antigua URSS o RDA, sino en un proceso progresivo de educación y culturización del que viene de fuera, y del que está dentro.

Si en países donde la utilización de una autocaravana es el elemento más común de desplazamiento de viajeros, como Nueva Zelanda, se cuida que estos no practiquen la acampada libre y se mantengan en las zonas acotadas para ello, no parece de recibo que en determinadas ciudades españolas entornos emblemáticos se hayan convertido en campings improvisados de visitantes fuera de control.

Tampoco se verá nunca en Nueva York fiestas descontroladas en pisos alquilados por turistas, alterando a toda una vecindad, cosa que sigue ocurriendo en ciudades como Barcelona o Madrid.

No vamos a volver a insistir demasiado en poblaciones como Magaluf, en las Islas Baleares, que han fomentado desde siempre el turismo de borrachera y ahora no sabe cómo hacer para cambiar la tendencia de visitantes interesados sólo en la fiesta más cutre, o ni siquiera si realmente están interesados en dejar de ocupar ese nicho turístico.

La «democratización» del aire ha llevado el turismo aéreo a todos los bolsillos. Las aerolíneas de bajo coste han popularizado y generalizado los desplamientos nacionales e internacionales, incluso los transoceánicos, pero todo esto tiene consecuencias si no se sabe planificar.

Los cielos están sobrecargados, al igual que muchos destinos turísticos, y es necesario y urgente remodelar todo el sistema para que no se acabe viniendo abajo.

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