3 de Febrero de 2020.
Un Boeing 767 perteneciente a la aerolínea Air Canada declara problemas técnicos a su llegada a Madrid, concretamente en una de sus turbinas.
Nada del otro mundo, considerando que este tipo de aeronave puede volar perfectamente con sólo uno de sus motores activo, durante un periodo de 180 minutos.
El aparato sobrevuela la capital de España y se dirige hacia una ubicación en concreto para deshacerse del fuel que no va a precisar.
Su presencia alerta a diversos medios de comunicación, que aprovechan para hacerse eco de la noticia y la transforman de un incidente casi sin trascendencia, hasta una situación a vida o muerte.
Todos los programas de televisión que se emiten en directo conectan con el aeropuerto de Barajas, el cual se llena de periodistas y cámaras en cuestión de minutos.
De repente, los habituales tertulianos de asuntos del corazón se convierten en avezados ingenieros aeronáuticos, pilotos, controladores aéreos y técnicos de mantenimiento, dando opiniones absolutamente disparatadas sin pies ni cabeza, ni el más mínimo fundamento.
Además, parece ser que este avión había reventado un neumático durante la maniobra de despegue, otro factor que se expone como clave para declarar el máximo nivel de alerta.
Millones de personas siguen en directo desde sus domicilios la maniobra de aterrizaje del aparato de Air Canada, y este se acaba posando suavemente sobre el asfalto, dejando en el más absoluto ridículo a todos aquellos que estaban esperando ver una catástrofe.
Pero todo el esfuerzo de los medios de comunicación no ha sido en vano.
A pesar de que, tal y como se había repetido hasta la saciedad desde diversos organismos, no se preveía ningún tipo de problema, la dramatización de los hechos llevada al límite sirvió para retener un increíble pico de audiencia.
No es la primera vez que ocurre algo similar en nuestro país.
El 19 de Febrero de 1985, un Boeing 727 de Iberia se estrellaba en el Monte Oiz, cerca de Bilbao.
Miles de curiosos se acercaron hasta el punto de colisión cámara en mano, con el único fin de conseguir las fotografías más sangrientas de las víctimas.
Durante meses, estas imágenes son utilizadas sin ningún tipo de pudor por la gran mayoría de medios de comunicación, aumentando muy considerablemente su venta de ejemplares habitual.
Vivimos la etapa de mayor seguridad por la que ha atravesado el sector aéreo en toda su historia.
Los avances tecnológicos aplicados a las nuevas aeronaves, la instrucción que reciben los pilotos, la modernización de todos los sistemas de los aeropuertos, y la extrema profesionalización de sus empleados, han conseguido reducir muy significativamente el número de accidentes graves con víctimas mortales.
Sin embargo, los incidentes aéreos todavía conservan ese halo de misterio que atrae poderosamente la atención de las masas, y que en su momento llevaron a millones de espectadores a los cines para ver películas como la famosa saga «Aeropuerto», que batía todos los récords de taquilla en la década de los 70.
Así que si no hay desastres reales suficientes como para alimentar cada día las redacciones de noticias, sólo queda una opción: inventarlos.
Y esto mismo es lo que está pasando desde hace dos semanas, período en el que se han utilizado dos incidentes menores, para crear auténticos dramas aéreos de película, listos para ser vendidos como tal a la audiencia.
No importa nada en absoluto si con ello se está dañando de manera muy grave la imagen de aerolíneas como Ryanair, Iberia, o Air Europa, las tres protagonistas afectadas por las últimas fake news.
Tampoco resulta demasiado interesante el recordar que la lowcost irlandesa nunca ha sufrido un siniestro de gravedad en toda su historia, que Air Europa ha sido nombrada recientemente la tercera compañía aérea más segura del mundo, o que Iberia tampoco ha tenido que lamentar accidentes con víctimas mortales desde hace más de tres décadas.
Lo único importante es captar la atención de los lectores, y si para ello hace falta «adornar» un poco la situación, pues se hace y punto.
En una etapa como la que estamos viviendo, lo que precisamente no necesitamos es que nos metan todavía más miedo en el cuerpo.
Después de atravesar una pandemia, un confinamiento obligatorio, y unos meses de incertidumbre absoluta a nivel mundial, las consultas de psiquiatras y psicólogos no dan a basto.
A pesar de esto, algunos gustan de seguir echando leña al fuego, pintando un panorama de aviones que se caen, o que en el mejor de los casos colisionan en el aire unos con otros.
Y como guinda del pastel, las nuevas generaciones de negacionistas, que básicamente basan su existencia en dudar hasta de la suya propia, o las de cuñados, que son perfectamente capaces de interpretar una sentencia del Tribunal Supremo, un incidente aéreo, datos epidemiológicos, o vulcanológicos si es necesario.
Como decía el tema del grupo vigués Golpes Bajos, parece que efectivamente son malos tiempos para la lírica, y parece que también para el sector aéreo, que no sólo se está enfrentando a la mayor crisis de su historia, sino que ahora también tiene que luchar contra la imaginación calenturienta de supuestos profesionales de la comunicación.