Todos los paisajes en un solo país

Durante muchos años Nueva Zelanda fué considerada por algunos como la hermana pobre de Australia. Sin embargo, los viajeros devotos e interesados en la naturaleza y el turismo ecológico, ya sabían que allí se escondía una joya que sólo esperaba el día para ser descubierta al gran público.

Efectivamente, Nueva Zelanda es un paraíso para los sentidos y, sin duda, un destino al que vale la pena llegar y por el que vale la pena pagar.

Pero no nos engañemos, muchos viajeros han descartado de manera incomprensible a este país de su agenda de visitables pensando que se trata de un viaje inasumible, económicamente hablando.

Si bien es cierto que para el viajero europeo es un trayecto largo, probablemente el más largo, también es verdad que actualmente la oferta de aerolíneas que lo han incluído dentro de sus rutas habituales ha mejorado considerablemente, lo que da como resultado mejores precios y ofertas, si se sabe buscarlas.

La buena noticia es que, una vez resuelta la crisis del desplazamiento, cualquier viajero puede descubrir por si mismo que explorar este país puede ser realmente económico, sobre todo si se decide a hacerlo por cuenta propia.

Nueva Zelanda es uno de esos pocos sitios en el mundo donde un elevado nivel en la calidad de vida no arrastra necesariamente un alto coste para el bolsillo del ciudadano, y por extensión del turista o viajero que lo visita.

Es difícil saber si esto podría estar relacionado con el hecho de que, según todos los informes de organismos mundiales, estamos ante uno de los países donde la corrupción política apenas existe, junto con Dinamarca.

Aquí no hace falta gastar grandes cantidades para concienciar a la población de la importancia que tiene la preservación y sustentación del medio ambiente. Todos, desde muy temprana edad, aprenden a respetar y convivir con la naturaleza, incluso cuando esta se muestra cruel y desfavorable, sobre todo teniendo en cuenta que esta es una tierra de origen volcánico que sigue sufriendo grandes terremotos.

Lo mismo se espera del viajero que llega a este país, ávido de descubrir sus santuarios naturales, que no es otra cosa que se lleve consigo todo lo que haya traído y deje aquel lugar que haya visitado en el mismo estado en el que lo encontró cuando accedió a el.

Esta cadena interminable sin duda ha hecho efecto, y hoy en día todavía se puede afirmar que en Nueva Zelanda es posible estar en contacto con una naturaleza que apenas ha conocido la mano del hombre.

Pero hay mucho más: las dos islas que conforman el país son totalmente distintas entre ellas. En la isla norte se puede acceder a playas naturales de una belleza increíble, y un clima agradable y adecuado para disfrutar de ellas. Por otro lado, en la isla sur encontramos uno de los mejores enclaves del mundo para practicar el esquí, los famosos Alpes Neozelandeses, a donde peregrinan anualmente multitud de viajeros para disfrutar de un paisaje invernal único en el planeta, adornado por fiordos donde ballenas, focas, y orcas, entre otros, saludan desde el mar.

Resulta bastante complicado hablar de Nueva Zelanda sin hacer mención a la famosa trilogía de películas que la puso en el mapa para el gran público. Durante los años en los que duró el boom cinematográfico se convirtió en el destino turístico mejor valorado del planeta.

Hoy en día la fiebre de los Hobbits ha bajado bastante, pero se ha sido suficientemente inteligente como para saber conservar ese impulso inicial y dejar abierto el país a todo tipo de viajero, desde el aventurero explorador que circula en su jeep privado con su tienda de campaña, a aquel que recorre las carreteras dentro del bus correspondiente a la excursión de turno.

Lo importante, y contradictorio a la vez, es que siendo este uno de los países donde es habitual practicar en casi cualquier sitio múltiples deportes de riesgo, es también uno de los destinos más seguros, en todos los sentidos posibles. Por ejemplo: estadísticamente muere más gente jugando a los bolos, que haciendo submarinismo en sus aguas.

A diferencia de su poderosa vecina, la gran Australia, no se conocen serpientes venenosas autóctonas, lo que al final es un gran plus para todos aquellos campistas y senderistas que gustan de «perderse» caminando por las múltiples rutas de trekking repartidas por todo el país.

Hay que apuntar a todo esto que en el caso de no estar demasiado interesado en realizar actividades al aire libre, en Nueva Zelanda también es posible disfrutar de un destino cultural de primer orden, sobre todo para los viajeros europeos, poco o nada familiarizados con el estilo de vida maorí.

Efectivamente, más del 15% de la población corresponde a esta etnia y su cultura está omnipresente a lo largo y ancho del país, en el cual se han respetado los nombres originales de la mayoría de lugares donde primero se establecieron, muchísmimo antes de la llegada de europeos y asiáticos.

A diferencia de Australia, donde los aborígenes todavía mantienen su lucha desde hace años para volver a ocupar el puesto en la sociedad que les corresponde, en Nueva Zelanda los maoríes están totalmente integrados y forman una comunidad fuerte y respetada. Quizás esto pueda estar relacionado con el hecho de que los primeros apenas pusieron resistencia a la llegada de los europeos, y los segundos, muy al contrario, libraron batallas épicas contra ellos, no existiendo como tal una derrota bélica, sino un acuerdo final de convivencia y respeto mutuo.

Mientras Nueva Zelanda no se contagie de los vicios y malas costumbres de otros destinos turísticos más conocidos, seguirá contando con el inmenso honor de ser uno de los lugares más bellos del planeta.

 

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