Si alguien hubiese intentado hacer una película con el mismo argumento que lo sucedido la pasada semana en Australia, probablemente la mayoría de espectadores le dirían que es total y absolutamente imposible que en la realidad se diese un caso igual.
Este asunto ha causado un enorme impacto no sólo en Australia, de donde es el niño protagonista de los hechos, sino también en medio mundo, dado que demuestra que a día de hoy todavía hay muchísimas lagunas en términos de seguridad aérea.
Las peleas a través de la redes sociales entre los defensores del chaval y aquellos que lo acusan de egoísta e irresponsable, están alcanzando estos días límites insospechados, ocupando también las primeras páginas de los diarios y las horas de mayor audiencia en la televisión.
Todas las empresas involucradas en los hechos están siendo investigadas por la policía y algunas, como la aerolínea de bajo coste JetStar, han tenido que rectificar sus procedimientos para evitar que casos como este vuelvan a repetirse en el futuro.
¿Qué ocurrió?
Los hechos comienzan con una discusión entre el niño, de 12 años de edad y cuyo nombre real no puede ser publicado, y sus padres, en el momento en el que estos le comunicaron que no iban a poder irse de vacaciones a Bali.
Lo que en la inmensa mayoría de hogares de todo el mundo hubiese acabado en ese preciso instante, en este caso sólo fue el detonante que provocó todo lo que estaba por llegar.
Lejos de conformarse con la decisión que habían tomado sus padres, este menor de edad y alumno de la escuela secundaria en un colegio de Sydney, empezó a investigar en la red sobre qué aerolíneas permitían viajar solos a mayores de 12 años, sin la correspondiente autorización escrita de sus padres.
En general, la gran mayoría de compañías aéreas obligan siempre a volar acompañados a todos los menores hasta los 5 años. Entre esta edad y los 12, requieren una autorización escrita de los padres y reservar un asiento que cuente con la supervisión de algún empleado de la aerolínea.
Sin embargo, a partir de los 12 años no existe un criterio homogéneo, y el protagonista de esta historia encontró la solución reservando su vuelo con la compañía de bajo coste JetStar, filial de Qantas y muy conocida en toda Asia y Oceanía.
En este caso, sólo debería probar que contaba con su pasaporte y un documento de identidad que se entrega a todos los estudiantes, nada más.
El segundo paso fue el más sencillo de todos, ya que robó la tarjeta de crédito de su madre para hacer la compra online y formalizó la misma sin el menor problema.
A la hora de obtener su pasaporte tuvo que pensárselo más tiempo, ya que no podía solicitárselo a sus padres sin que estos sospechasen algo, por lo que recurrió a su abuela, a la cual le contó una película con el único fin de que le entregase este documento lo antes posible.
Por supuesto, también hizo la reserva correspondiente al alojamiento, y no se quedó precisamente corto en este concepto, ya que reservó una habitación en un resort de lujo de la cadena All Seasons.
Una vez finalizados los trámites previos, en vez de meter los libros y material escolar en su mochila, empaquetó ropa y otros utensilios de utilidad para el viaje y comunicó a sus padres, como todos los días, que se iba al colegio.
Exactamente igual que se podría haber visto en cualquier película ochentera de Steven Spielberg, utilizó su monopatín plegable para dirigirse hasta la estación de ferrocarril, en vez de a su escuela, desde donde tomó un tren hacia el aeropuerto.
Una vez en el mismo y con el fin de evitar cualquier tipo de preguntas, hizo el check in utilizando las másquinas que muchas aerolíneas disponen para que los pasajeros se autofacturen sus biletes.
El avión desde Sydney lo llevó hasta Perth, al Oeste del país, donde debía de tomar otro vuelo a Bali. Tal y como declaró el niño, tanto a la policía como a los medios de comunicación, en todo ese tiempo sólo un empleado de seguridad del aeropuerto de Perth se paró a revisar su documentación, y no le puso ningún impedimento para continuar con su viaje.
A su llegada a Bali, no sólo entró al país sin mayor problema, sino que incluso alquiló una scooter para desplazarse hasta el hotel.
Una vez llegado al resort de lujo que había reservado, comunicó al personal de recepción que en breve llegaría su hermana, pero mientras tanto necesitaba acceder ya a la habitación. Una vez más, nadie le dijo absolutamente nada, a pesar de que estamos hablando de un niño de 12 años.
Mientras tanto, en su casa sus padres denunciaron la desaparición a las autoridades, ya que desde el colegio les habían comunicado que su hijo no había asistido a clase.
La desesperación duró hasta 4 días, y sólo un error cometido a la hora de enviar un vídeo jugando en la piscina del hotel a un amigo, que sirvió para dar con su localización exacta, consiguió que finalmente sus padres lo trajesen de vuelta a Sydney.
La «gracieta» del niño les costó a sus padres la friolera de 5.000 euros.
Concatenación de fallos
Ahora mismo ya no sólo se discute si el comportamiento del niño fue el más adecuado, sino más bien la actitud de todos las empresas y sectores que participaron de este tema.
En primer lugar, volvemos al origen de todo, que no es otro que la facilidad con la que se pueden hacer pagos online de cantidades importantes con una simple tarjeta de crédito.
Posteriormente, nadie en el aeropuerto de Sydney tuvo a bien si quiera acercarse al chaval para conocer su situación. Todo el mundo dio por hecho que no había ningún problema.
En el aeropuerto de Perth, y a pesar de tratarse de un vuelo internacional, tampoco nadie se percató de la situación del niño.
Las autoridades de Indonesia tampoco repararon a la hora de permitir la entrada de un niño solo al país, lo cual tendría que haber levantado ya importantes sospechas.
Por otro lado, tampoco parece normal que un menor de tan solo 12 años pueda alquilar una moto, sin ningún tipo de documentación ni carnet, y que además circule solo hasta el hotel sin que nadie se pregunte qué está pasando.
Por último, a su llegada al resort y por muchas mentiras que pueda haber contado, no es aceptable que establecimientos de una categoría y reputación más que probada, acaben tragando con toda la historia y permitan hacer un check in a un menor de edad.
Sin duda, ahora la policía tendrá que realizar su trabajo y averiguar cómo es posible que este hecho haya ocurrido en el siglo XXI, y muchas empresas deberían también de pensar si realmente están haciendo las cosas como debe de ser.
De momento, entre entrevistas en exclusiva y apariciones televisivas, estamos seguros de que los padres de este niño habrán amortizado ya la rabieta del chaval, pero de ser ellos, nosotros no descansaríamos muy tranquilos.