Pocas veces habrás oído a alguien presumir de cenar en el McDonald´s, o de comprar sus pantalones vaqueros en Primark, o sus camisas en Alcampo. Bueno, en este último caso, sí es posible que encuentres a alguien que presume de ello…
Por lo general, cuando alguien quiere un coche, suele hacer una búsqueda previa de los modelos, motores y marcas que más le interesan. En muchas ocasiones, sobre todo si se cae en las manos de un buen vendedor, el presupuesto inicial que tenía para adquirir el nuevo vehículo se suele quedar bastante corto.
Hay muchísima gente que pide cita con varios meses de antelación para ir a comer a un sitio determinado, acaba haciendo cola y pagando un dineral por unos huevos fritos con patatas, que podría haber tomado en un millón de restaurantes distintos por cantidades bastante más razonables.
En cualquier aspecto de tu existencia, lo normal es presumir y publicar a los cuatro vientos cuando te haces con algún bien o servicio que crees que está por encima de la media.
Sin embargo, esto funciona exactamente al revés en cuanto hablamos de viajes.
Lo que mola de verdad, lo que es realmente cool, el trending topic del momento, es comunicar al resto cuando vuelas en aerolíneas de tercera división, cuando comes en antros de mala muerte, o cuando duermes tirado en un aeropuerto.
Nadie dice: «Chicos, he ido a cenar a la taberna de mi barrio en vez de al restaurante de Chicote, y me he ahorrado 300 euros», básicamente porque se reirían de ti.
Pero si dices: «Chicos, me he quedado en una pensión a las afueras de Brooklyn, en vez de en un hotel de Manhattan, y me he ahorrado 300 euros», entonces adquieres casi el estatus de superhéroe.
Existen una serie de incoherencia tan flagrantes, que demuestran a todas luces que muchos de los prototipos de viajeros con los que tratamos a diario, no tienen ni el boceto de una idea de lo que significa viajar.
Tenemos desde los que rehúsan volar en una aerolínea tradicional de confianza, para lanzarse a los brazos de otra lowcost, ya que su billete es más barato.
Sin embargo, esa diferencia de precio la acaban gastando, con creces, en las cervezas que se beben a bordo, o en el autobús de desplazamiento que tendrá que traerlos y llevarlos desde el aeropuerto a su destino.
Hoy, teníamos muchas ganas de reírnos un poco con todos estos prototipos, que no reflejan a nadie en particular, sino que son más bien un pequeño esperpento de lo que tenemos que vivir a diario.
Mr. Google
Uno de los que más abundan hoy en día.
Suele entrar en las oficinas comentando que leyó «no sé dónde», que ya se puede volar entre Castellón y San Petesburgo, y le gustaría saber el precio de los billetes.
Cualquier cosa que le puedas decir, tiene que estar validada por Google, la Wikipedia, o cualquier blog de cualquier persona que escriba en internet. Tu experiencia profesional, todos los viajes que hayas hecho, o la opinión que puedas tener, para él no valen absolutamente de nada.
Te pide el hotel que una tal «María de Toledo» recomendó en Trip Advisor, porque escribió que la chica de recepción es encantadora y muy dispuesta.
Si le dices que «María de Toledo» y la chica de recepción son la misma persona, se ríe de ti.
El narcoléptico
Este viajero tiene el extraño don de poder quedarse dormido donde quiera.
Es el que nos pide billetes de avión con escalas de 16 horas, porque son más baratos.
Te mira con mala cara si le ofreces un hotel para poder descansar durante la escala, ya que según él se puede dormir perfectamente en cualquier asiento de cualquier aeropuerto.
Acaba subiendo una foto suya tirado como un homeless en el lobby principal del aeropuerto de Changui, o Schiphol, previa a cuando los efectivos de seguridad le llamaron la atención.
En realidad, pasó 10 horas viendo vídeos de youtube en el móvil, y otras 6 haciendo cola para embarcar de primero.
El rastreator
Este prototipo de viajero tiene la pésima costumbre de pasarte precios y presupuestos de otras mil agencias de viaje en las que ya estuvo.
Es un comparador incansable de precios, pero sólo de eso, ya que es incapaz de valorar la diferencia que existe entre un hotel de 3, 4, ó 5 estrellas.
Para cualquier vendedor desaprensivo, es la persona perfecta para poder timar, ya que entra a un precio bajo igual que un Miura cabreado a la muleta.
Si le restas un sólo euro a cualquier presupuesto que te pase, pone un póster con tu foto en su habitación.
El McGyver
Está convencido que se las puede arreglar solo en cualquier destino del planeta.
Cree que sus recursos de supervivencia son ilimitados, y se niega a reconocer que en ocasiones se ha perdido dentro de Ikea.
Su libertad es lo más importante. Rehúsa tener que depender de un grupo de turistas como él, ya que gusta de «montárselo por su cuenta».
Al final, acaba pidiendo direcciones, mapa en mano, a turistas chinos en el centro de Estambul.
Es un onanista de la fotografía, y siempre lleva consigo el kit completo para sacarse selfies en todos lados…sin la ayuda de nadie.
El bañista nivel Pro
Lo conocerás porque sólo sabe viajar a destinos de playa, y siempre lo hace enfundado en sus bañadores más llamativos.
Da igual que despegue en el mes de Diciembre del aeropuerto de Barajas, él aparecerá con sus chanclas y bermudas de color naranja, camiseta de tirantes y gafas de sol.
Una sub versión de este prototipo de viajero es aquel que, además, lleva su correspondiente almohada cervical en el cuello. De hecho, sale de casa con ella puesta y llegamos a pensar que no se la quita hasta acabar las vacaciones.
Después de 4 horas de vuelo, tiene que pedir una manta porque está congelado de frío.
Si te toca en el asiento de al lado durante el vuelo de regreso, sentirás su inevitable perfume a protector solar, y podrás ver restos de arena entre los dedos de sus pies.
El party animal
El no sale de viaje, va de fiesta.
Desde que coge el Uber para ir al aeropuerto, todo son bromas y chascarrillos.
No lo echan del coche, por no tener que devolverle el dinero.
Podrás localizarlo en el sala de embarque por sus carcajadas. Durante el vuelo, suele hacer chistes relativos a accidentes aéreos.
En su destino la suele montar desde el primer momento en el que pone un pie en tierra. Vive inmerso en una rave de 24 horas.
Vuelve a casa igual de pálido que cuando se fue, ya que la mayor parte de los días los pasó durmiendo la borrachera de la noche anterior.
En su vida real, lleva años preparando oposiciones para bibliotecario.
El pupas
No puede viajar a destinos de calor porque se descompone, ni a destinos de frío porque se acatarra.
Cuando está de viaje, lleva la misma dieta que un niño pequeño: no puede comer la comida típica de cada país porque le sienta mal, y sólo admite macarrones con tomate, o arroz en blanco.
Se marea en el coche, en el avión, en el barco, y le cuesta dormir en los hoteles porque las almohadas son muy duras.
Estudia la situación política de cada país antes de viajar a el, y busca su índice anual de terremotos. Escoge la ubicación de su alojamiento en base al índice de criminalidad más bajo de cada barrio.
Lleva seguro de accidentes, de muerte, de repatriación, de pérdida de maletas y hasta de pérdida de memoria.
Normalmente tiene algún accidente, le pierden la maleta, y pierde la memoria.
El palomo mensajero
Lleva 15 años volando todos los veranos entre Madrid y Málaga.
No admite sugerencias ni valora otros destinos que no sean el mismo pueblo al que viaja desde que se casó.
Va a la misma playa, desayuna, come y cena en los mismos sitios, y duerme en el mismo hotel cada año.
El dice que en el pueblo lo conocen como «el madrileño», pero en realidad todos se refieren a él como «el tío raro».
Y tú, ¿qué clase de viajero eres?…