Yo no me fío de las agencias de viajes, porque son todas unas estafadoras.
En cambio, no tengo ningún problema en confiar en cualquier recomendación que vea por internet, y que probablemente haya sido escrita por un norteamericano de 200 kg, sentado en un sillón comiendo palomitas, con una camiseta sudada y una cerveza en la mano, con una orden pendiente de arresto por narcotráfico, y que no ha salido del estado de Mississippi en sus 43 años de vida.
Yo no compro vuelos directos, porque son más caros que los que tienen escalas.
En cambio, cuando me subo en un taxi siempre le digo al conductor que no me toree dando vueltas por la ciudad, que mi tiempo también vale mucho dinero, y para llegar de A a B no necesito pasar antes por C, D, E y F.
Yo no voy a hoteles, porque son bastante más caros que los albergues con habitación compartida.
En cambio, luego me paso toda la noche abrazado a mis pertenencias y rezando para no salir a la mañana siguiente en los titulares de todos los periódicos, mientras intento ver si lo que tiene entre las manos el tío que duerme a mi lado y que se parece al cuñado de Rocky, es una botella o una katana.
Yo no utilizo guías oficiales, porque son muy caros y puedes ver las mismas cosas por ti mismo.
En cambio, luego tengo que pedir por favor a una excursión de surcoreanos que me devuelvan a mi hotel, porque me he perdido y tengo miedo de ser atacado y devorado por un cerdo vietnamita.
Yo no contrato seguros de asistencia en el extranjero, porque con la TSE te atienden en todos lados.
En cambio, luego no me canso de quejarme porque tengo que esperar 12 horas en un hospital público de Bulgaria para ser atendido por un médico que se llama Doctor Nick Riviera, y cuyo lema es «si te mato, no me pagas».
Yo no viajo a destinos populares, porque no me gustan las multitudes.
En cambio, luego me paso 3 días de rave en medio de un monte, apretado entre otras 10.000 personas que pagan por escuchar bajo la lluvia a grupos totalmente desconocidos, mientras comen pizza al precio de bogavantes y hacen sus necesidades apoyados en un árbol.
Yo no contrato itinerarios regulares cerrados, porque son más caros y prefiero la espontaneidad, la sorpresa y la improvisación.
En cambio, luego tengo que conducir de Logroño a Burgos, y me paso 3 horas con Google Maps cerciorándome de la ruta, y necesito poner el GPS en la autopista porque me da miedo perderme la salida.
Yo no contrato el alojamiento con desayuno, porque es más caro y siempre puedes comer algo en los alrededores.
En cambio, luego tengo que caminar 35 minutos para llegar a un Starbucks, hacer cola y pagar un pastizal por tomar un café metido en un vaso de plástico con mi nombre, servido por un tipo que no sabe que Emilio se escribe sin «H».
Yo no pago por facturar nada en el avión, porque es más caro y me arreglo sólo con el equipaje de mano.
En cambio, luego necesito un traje completo de desactivador de bombas para poder abrir la maleta, porque tengo la ropa tan sumamente apretada que tengo miedo de que se produzca una deflagración de calzoncillos y la onda expansiva me arranque la cabeza.
En definitiva, yo soy un lowcoster y no pago por chorradas.
En cambio, luego no me importa gastarme 60 euros en cervezas durante un vuelo de dos horas y media, y otros 10 para poder utilizar la wifi y mandar un mensaje al grupo de whatsapp diciéndoles que estoy escribiendo sentado en la taza del baño de un avión.