Por si estás pensando que el título de este post es falso, o que se trata de un típico clickbait, ya te adelantamos que es tan real como la vida misma y, de hecho, es una de las mejores iniciativas que hemos visto en muchos años.
Como siempre, tienen que venir desde Centroeuropa a enseñarnos cómo se deben de hacer las cosas, y cómo se debe afrontar un problema tan sumamente grave como el que supone la masificación turística en algunas ciudades.
Mientras en nuestro país se educa a las nuevas generaciones en el odio hacia el visitante extranjero, visto como la causa de todos los males, e incluso se promueven y celebran acciones violentas contra este, en otros lugares desarrollan iniciativas originales, brillantes, sencillas y efectivas, para intentar revertir una situación no deseada.
Los gobiernos locales y autonómicos, que pretenden frenar las llegadas masivas de turistas lowcost a base de imponer tasas cada vez más altas, o permitir pintadas en espacios públicos que contienen serios insultos contra ellos, o incluso mirar para otro lado cuando determinados grupúsculos políticos encabezan acciones violentas contra extranjeros, deberían de tomar nota de ejemplos como este.
Como hemos dicho en cientos de ocasiones, la consabida y mítica frase utilizada desde las instituciones que hace siempre referencia a «conseguir un turismo de calidad, sostenible en el tiempo», no equivale a jugar a la lotería y esperar a que te toque.
Para conseguir un turismo de calidad hay que trabajar, hay que innovar y hay que hacer cosas, entre las que desde luego no se incluyen ni el atemorizar al turista, ni el insultarlo, ni el atacar su cartera.
La iniciativa
Amsterdam, la capital de Holanda, es una ciudad relativamente pequeña, en la que viven poco más de 821.000 personas.
A pesar de su escaso tamaño y población, en comparación con la mayoría de capitales europeas, recibe cada año una cifra superior a los 8 millones de visitantes extranjeros, pernoctando en la ciudad. La cifra de visitantes que acuden sólo a pasar el día, o se alojan en las afueras, es prácticamente del doble.
Como se podría pensar, este tipo de invasión turística no siempre llega con las mejores intenciones. El viajero lowcost (no en el sentido económico de la palabra) ha hecho de Amsterdam una de sus ciudades fetiche, gracias a atractivos tan discutibles como poder fumar marihuana en público, que a pesar de que sigue siendo ilegal, se ha convertido en una especie de tradición sobre la que pesa una ley no escrita de gran permisividad por parte de las autoridades.
Además, hay que añadir un buen ambiente, una muy buena cerveza, y la posibilidad de poder hacer una gran variedad de actividades de todo tipo, considerando que algunas de estas en otros lugares no estarían demasiado bien vistas.
A consecuencia de todo esto, Amsterdam lleva años resintiéndose de los serios problemas que causan algunos de estos visitantes temporales, que acuden a la ciudad con la misma mentalidad de Atila.
Como todos los problemas graves, es mucho más eficaz atacarlos desde distintos flancos, que intentar solucionarlos con una única propuesta.
En primer lugar, se prohibieron las famosas visitas organizadas al «barrio rojo», que molestaban profundamente tanto a las personas que trabajan allí, como a sus clientes, los cuales en muchas ocasiones han protagonizado episodios de encontronazos violentos al sentirse fotografiados o grabados por turistas.
Además de esto, muchas mujeres que por razones de edad o físico se vieron obligadas a abandonar el ejercicio de la prostitución, fueron reconvertidas en guías turísticos, explicando en primera persona a los extranjeros el funcionamiento real de este submundo integrado en la ciudad.
Pero la situación del «barrio rojo» no es nada en comparación con las masificaciones de visitantes que quieren ver, fotografiar y recorrer exactamente los mismos lugares de la ciudad.
Para ello, se desarrolló la iniciativa «Marry an Amsterdammer» (cásate con un habitante de Amsterdam), cuyo fin es educar de una manera lúdica y original, al turista que llega por primera vez a la ciudad.
En qué consiste
El funcionamiento de «Marry an Amsterdammer» es sencillamente genial.
Aquellos interesados son emparejados con un habitante local, con el que contraerán matrimonio por un día.
Aunque la ceremonia es, evidentemente, simbólica, tiene una duración aproximada de 35 minutos, e incluye la correspondiente entrega de anillos, así como una vestimenta adecuada para la ocasión, proporcionada por los organizadores.
La «luna de miel» consiste en pasar un día entero acompañado por el nuevo marido o esposa, visitando lugares alternativos de la capital, que normalmente pasan desapercibidos a los ojos de los foráneos.
Los anfitriones aprovechan para explicar las consecuencias que tiene sobre la ciudad, y su población, los comportamientos incívicos por parte de algunos visitantes, y la incomodidad que en ocasiones supone para la gente que reside de manera habitual en Amsterdam, el tener que lidiar con cientos de miles de turistas «desenfrenados», a diario.
Además, la iniciativa incluye un buen número de actividades alternativas, todas ellas enfocadas a conseguir una notable mejora en la calidad de vida de la ciudad, aprovechando la presencia de grandes cantidades de turistas en ella.
Una de las más destacadas es la «pesca de plástico», que se desarrolla sobre diversas embarcaciones que recorren los famosos canales de la ciudad.
Tal y como está sucediendo en muchos otros sitios, la aglomeración de plásticos está provocando gravísimos problemas, y esta medida pretende aprovechar la cantidad de mano de obra que llega a Amsterdam deseosa de contribuir a limpiar y mantener un símbolo tan preciado como sus canales, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Otra de las que nos han parecido más interesantes, es la conocida como «risas con locales», que como su propio nombre indica, invita al visitante a determinados lugares conocidos como «talleres de la risa», en los que se comparten anécdotas, chistes, historias y cualquier otra vivencia que pueda resultar graciosa para el resto.
Muchos turistas se van dejar engañar por el nombre de otra de las actividades que más nos han llamado la atención: «Weed dating».
En su traducción del inglés podría interpretarse como una «cita para fumar hierba», pero en realidad no se trata exactamente de eso. En esta ocasión, el turista es invitado a plantar semillas y realizar labores de jardinería en distintos puntos de la ciudad.
En cuanto empiezan a brotar las primera flores en la Primavera, y todo se llena de bonitos colores, aparecen también las hordas de palos selfie dispuestos a retratarlos para las redes sociales, lo que en muchas ocasiones está causando auténticos destrozos.
De esta manera, no sólo se pueden obtener también increíbles fotografías, sino que además se está contribuyendo para mantener la flora, en vez de destruirla.
Por último, otra de las opciones que nos ha sorprendido es la que se dirige a acabar con la sobrepoblación de palomas y otras aves, que están provocando también muchos problemas en la ciudad.
Aunque parezca sorprendente, los interesados en realizar esta actividad serán invitados a cazar palomas, para luego aprender a cocinarlas y comerlas.
Dudamos realmente de que esta opción acapare el mismo número de interesados que las anteriores.
En definitiva, tal y como apuntábamos al comienzo, se trata de aportar ideas e iniciativas originales para intentar arreglar un problema muy serio, que distan bastante de lo que se está haciendo en otras partes del mundo, España incluida.
En vez de atacar al turista, no sólo intentar educar al mismo, sino aprovechar su presencia para redirigirlo de tal manera que su estancia en la ciudad acabe revirtiendo beneficios sobre la misma, que no siempre tienen que ser exclusivamente del tipo económico.