El título de este post no es una afirmación gratuita que nos hemos sacado de la manga para echar más leña al fuego, ya que tan solo estamos replicando exactamente lo mismo que IATA viene diciendo desde hace algunas semanas.
De hecho, y según las pocas informaciones que están transcendiendo durante estos días, parece que una buena parte de las aerolíneas mundiales estarían ya en situación de bancarrota técnica.
El mayor problema que se ha observado desde el inicio de esta crisis, es que cada país ha actuado de forma unilateral, tomando medidas sin consultarlas previamente con quienes se supone que serían sus socios territoriales, comerciales, o estratégicos.
Eso fue precisamente lo que ocurrió cuando Trump sorprendió a Europa de la noche a la mañana, decidiendo vetar todos los vuelos provenientes del viejo continente, una noticia que cogió a los mandatarios de los gobiernos afectados de sorpresa, y con los pantalones bajados.
Y ese es el modus operandi que se ha seguido también dentro de la supuesta «Unión» Europea, en la que cada país ha mirado única y exclusivamente por sus intereses, lo que puede ser un aviso inequívoco de lo que está por llegar en el futuro post coronavirus.
Buena parte de la culpa de muchos fracasos pasados, y otros tantos futuros, radica en el modelo por el que optó el sector aéreo, totalmente fragmentado y en buena parte de los casos absolutamente inviable.
Nunca ha existido colaboración, sólo enfrentamiento, y las compañías aéreas se han dedicado a luchar unas contra otras, parapetadas en 3 grandes bloques o incluso de manera individual y remando contra corriente.
Hasta ahora, era asumible el perder dinero si con ello se establecía una competencia contra otra aerolínea que la obligase a cesar operaciones, o a abandonar una ruta. A partir de este momento, ninguna se podrá permitir volver a hacerlo.
El futuro de buena parte de las compañías aéreas mundiales dependerá de las decisiones que tomen los gobiernos a cuyos países pertenezcan.
El virus ha causado una crisis que no sólo nos ha robado la libertad de movimiento a todos, sino que como ha ocurrido en otras etapas similares de nuestra historia reciente, ha obligado a cada ejecutivo nacional a tomar las riendas directas, arrogándose poderes y competencias que en otra situación sólo serían asociados a regímenes excesivamente intervencionistas.
Todo esto nos arrastra hacia una época de especial proteccionismo, donde prevalecerán los intereses nacionales sobre cualquier otro factor, y donde la competencia brillará por su ausencia.
Igual que están haciendo nuestros sanitarios cuando el sistema de salud colapsa, cada gobierno tendrá que decidir qué aerolínea rescatará, y qué aerolínea dejará caer.
En un principio, parece que los 3 gigantes norteamericanos (American, Delta y United) van a recibir un importante apoyo por parte de la administración Trump, lo que podría garantizar su supervivencia, algo similar a lo que ocurrirá también en China con sus aerolíneas estatales.
También parece probable que las compañías aéreas del Golfo se beneficien del poder de los petrodólares que manejan sus respectivos gobiernos. El resto, tendrán que negociar y lidiar con el problema de manera individual, lo cual dejará a muchas en la estacada.
La era post Covid-19
Algunos todavía están convencidos de que en cuestión de semanas volveremos de nuevo a la misma rutina y normalidad que disfrutábamos antes de la crisis.
A aquellos que creen esto, les recomendaríamos echar un vistazo a las publicaciones realizadas por medios de reconocido prestigio internacional, como el MIT, considerada la mejor universidad del mundo, o The Economist, una publicación que lleva siglo y medio informando de manera imparcial.
Igual que ocurrió tras la I Guerra Mundial, y también después de la II Guerra Mundial, el mundo tendrá que cambiar para adaptarse a los nuevos retos, y el sector aéreo no podrá mantenerse ajeno a estos cambios.
Las restricciones a la libre circulación de las personas ya son un hecho en países que han sabido luchar y vencer al virus, como Corea del Sur o Singapur.
Para ello, han tenido que sacrificar el derecho a la intimidad, y han implementado aplicaciones para controlar los movimientos de sus ciudadanos en cada momento.
Por su parte, China se ha blindado frente a la entrada de turistas llegados desde Europa y otras zonas «calientes» del planeta, entregando además a sus ciudadanos un pasaporte sanitario sólo a aquellos que consideran aptos para moverse con libertad.
También se espera que los gobiernos europeos actúen de manera similar cuando se decida finalizar la cuarentena, descartando totalmente en un principio volver a ver aviones repletos de pasajeros.
Cada país irá paulatinamente levantando sus restricciones, pero la mayoría de ellas se han calculado para que permanezcan activas durante el plazo mínimo de un año.
Tal y como comentábamos al principio, cada nación protegerá sus propios intereses, y esto ya se está comprobando muy cerca de nosotros.
El Reino Unido ha pasado a la acción y, de momento, ya se ha hecho con el control de los ferrocarriles, que pasan a estar bajo la protección del Estado, mientras Hungría, recordando tiempos pasados, ha declarado un estado de emergencia indefinido.
Tras el estallido inicial de la crisis, los primeros aviones descartados fueron los de mayor capacidad. Las pocas aerolíneas que en este momento todavía siguen operando ciertas rutas, lo hacen en modelos mucho más pequeños, evitando la venta de los asientos intermedios de cada fila, con el fin de dejar una separación adecuada entre los pocos pasajeros que tienen.
La imagen de grandes grupos turísticos moviéndose por aeropuertos internacionales, o de cabinas a rebosar de viajeros, todavía está muy distante en el tiempo.
El turismo a nivel internacional volverá resurgir, de eso no tenemos la menor duda, pero para ello se necesita un plazo de tiempo prudencial, y no es algo que vaya a ocurrir próximamente de la noche a la mañana.
Mientras tanto, este sería el momento ideal para rediseñar un modelo de sector aéreo más coordinado y colaborativo, con espíritu de supervivencia y no de enfrentamiento.
La comunicación aérea es un valor indiscutible de nuestra sociedad, y uno de los principales de lo que se considera nuestra civilización, y deberíamos pensar el retomar el espíritu que llevó a la formación de la OACI en el año 1944.
Estamos en un momento único de nuestra historia, y no servirá de nada si no lo utilizamos para fundar un nuevo comienzo.