Vivimos en una sociedad que ha colmado con creces las expectativas que tenía hace tan solo poco más de un siglo.
Se descubrieron las vacunas, el hombre llegó a la luna, es posible viajar volando de un país a otro, son algunos de los logros objetivos que deberían figurar en nuestro casillero de grandes éxitos, y sin embargo, actualmente los 3 se ponen en duda.
El grado de aburrimiento y hastío en tan sumamente grande, que llega con que alguien suba a las redes sociales un dato sacado de contexto, acompañado de algún estudio hecho «ad hoc», para que se forme un grupúsculo que lo defenderá a muerte, acusando al resto de estar mal informados.
Posteriormente, cuando uno quiere indagar un poco más sobre cualquier postulado emitido por estos nuevos salvadores del planeta, resulta que no se sostiene de ninguna manera.
Son preguntas que quedan en el aire sin una respuesta, porque no hay manera de responderlas. A los que profesan la fe de esta nuevas modas y tendencias, les da igual que les expliques los beneficios que tienen las sociedades cuyos niños están vacunados, o todo el proceso que llevó al hombre hasta nuestro satélite. Simplemente callarán, y seguirán a lo suyo.
Parece que queremos volver al pasado: la Tierra vuelve a ser plana, se renuncia a todos los adelantos médicos y ahora, para rematar la faena, tampoco podemos viajar en avión porque contamina mucho.
¿Pero es esto realmente cierto?. Hoy, os vamos a explicar la verdad sobre la nueva moda anti aviones.
Incoherencias
Esta vez, y sin que sirva de precedente, la nueva tendencia y mantra que tienes que repetir si te consideras una persona «informada», no viene de los EEUU, sino del norte de Europa.
Ha sido en países como Suecia y Noruega donde se comenzó a expandir la filosofía del «flight shame», que proclama que deberías sentirte avergonzado cada vez que tomas un avión, ya que estás contribuyendo a aumentar las emisiones de carbón, CO2, y gases que provocan el efecto invernadero.
La idea ha sido transmitida a través de hashtags como #stayontheground, que intentan convencer a la población para que no se suba a un avión.
Para dar más publicidad a este asunto, se ha elegido como representante principal a una joven de tan solo 16 años, Greta Thunberg, la cual ha viajado desde Europa a los EEUU en barco para dar una conferencia, entre los vítores y aplausos de todos sus seguidores, ya que de esta manera está contribuyendo a un menor grado de contaminación en el planeta.
Por supuesto, nadie se ha parado a pensar en los millones de toneladas de residuos que estos buques arrojan al mar en cada travesía, ni en los cientos de millones de litros de aceite y combustible que cada año se quedan en nuestros mares y océanos, derivados directamente del tráfico marítimo.
La asociación ecologista alemana NABU, afirma que en un sólo día de navegación, un crucero de tamaño medio contamina lo mismo que un millón de coches.
Desde luego, nadie se ha molestado en poner en la balanza el coste final en contaminación de lo que suponen anualmente los desplazamientos entre ambos continentes, por aire y mar, ya que si se hubiese hecho, la pobre Greta hubiese quedado realmente mal.
Y es que como decíamos al comienzo, este asunto se ha enfocado mal, a propósito, desde el principio, para dar una idea falsa, interesada, y que muchos expertos ya se han cansado de desmentir.
Para hacer una valoración seria y completa del grado de contaminación que provoca volar, o viajar en tren, no es posible extraer sólo un dato referente a la emisión de partículas a la atmósfera. Esto es de un simplismo tan sumamente básico, que equivaldría a decir que no vacunas a tus hijos porque existe un mínimo porcentaje de padecer efectos secundarios. Sin embargo, sí has considerado dar a luz, cuando las probabilidades de complicaciones durante un parto son muchísimo más grandes.
Valorar todo el ciclo
Para poder hacer una estimación del grado de contaminación de un tipo determinado de transporte, no es suficiente con aplicarle tan solo una cifra: «un coche emite xxxxx partículas tóxicas a la atmósfera».
Si lo hiciésemos de esta manera, estaríamos equiparando a un conductor que saca su vehículo los fines de semana para recorrer los 5 km que lo separan de la playa, con otro que viaja 20 días al mes por todo el país, en trayectos de varios cientos de kilómetros. Es evidente que el segundo contamina enormemente más que el primero.
Por ello, hay que tener en cuenta variables como el tiempo, que sería durante cuánto se están emitiendo partículas perjudiciales para nuestra atmósfera, la distancia, que sería el tramo recorrido, y sobre todo, el factor de carga, que hace referencia a cuántos usuarios son transportados en cada viaje.
Esto último viene derivado de los estudios de contaminación que se realizaron sobre los autobuses urbanos. Para poder hacer los cálculos oportunos, fue necesario tener en cuenta no sólo el grado de contaminación que tenía el vehículo, sino también el número de pasajeros que transportaba.
De esta manera, se constató que un autobús lleno, contamina mucho menos que otro haciendo exactamente la misma ruta, y con sólo unos pocos pasajeros. El primero acaba resultando más eficiente, ya que aunque ambos vehículos contaminan por igual, el primero transporta a más gente que el segundo, por lo que el grado de contaminación por usuario es muy inferior.
Avión vs. Tren
En lo que se refiere única y exclusivamente al grado de contaminación que tienen ambos medios de transporte, tenemos que ver todo el proceso que los lleva desde su fabricación, hasta el momento de circular.
Además, también es absolutamente necesario y primordial estudiar qué infraestructuras, combustible y grado de mantenimiento necesitan cada uno de ellos, para poder hablar con un mínimo de propiedad.
Para empezar, no todos los trenes son menos contaminantes que un avión. Sólo aquellos que obtienen su electricidad a través de vías distintas a los combustibles de origen fósil, podrían empezar a considerarse menos dañinos para nuestra atmósfera.
Uno de los casos que se pone siempre cuando se habla de este asunto, es el del tren Eurostars, reconocido mundialmente por reducir hasta en un 90% las emisiones perjudiciales para nuestro entorno.
La segunda parte, que es la que no se cuenta, es que esto es posible gracias a que Inglaterra y Francia generan la electricidad necesaria a través de energías renovables, y centrales nucleares, el talón de Aquiles de cualquier ecologista que se precie.
Por descontado, no vamos a entrar en valorar si contamina más una fábrica de aviones o de trenes, pero sí en las infraestructuras que necesitan cada uno para poder operar.
El avión precisa de un aeropuerto, que normalmente consta de un edificio donde se alojan las terminales que correspondan, y una o varias pistas de aterrizaje y despegue, con una longitud que suele rondar los 4 kilómetros.
Estos edificios necesitan de alimentación eléctrica constante, para el buen funcionamiento de todo el entramado de servicios que albergan en su interior, así como para instalaciones exteriores, parkings, etc.
El tren también necesita sus terminales, algunas de ellas tan o más grandes que determinados aeropuertos. Por otro lado, todas las líneas ferroviarias incluyen innumerables estaciones de todo tipo: regionales, locales, comarcales….
Al final, el número de edificios que tiene que mantener el tren es enormemente superior al de cualquier avión, con el gasto energético que esto lleva a mayores.
En cuanto a instalaciones propias de operación, como comentamos antes, un avión necesita una pista, la iluminación de la misma, y los servicios de ayuda al vuelo de los que se dispongan.
El tren necesita miles de kilómetros de vías, de los cuales muchos tramos tienen que mantenerse iluminados y cercados las 24 horas. Por cierto, todavía en nuestros días, las traviesas de los raíles se siguen haciendo de madera, que no sale de una fábrica de Ikea, sino de un bosque que hay que talar.
Si tienes algún tramo férreo cercano a tu domicilio, seguro que en el día de su construcción hubo protestas por parte de algún grupo ecologista, ya que las vías necesitan apropiarse del terreno que las rodea, igualar y nivelar el mismo, y un mantenimiento constante, ya que cualquier pequeña incidencia, puede causar un accidente grave.
Lógicamente, si hablamos de campo, bosque y naturaleza, el paso del tren afecta notablemente tanto a la flora, como a la fauna del área por donde circula, algo que han venido repitiendo constantemente todos los grupos ecologistas, pero parece que ahora se ha olvidado.
Y no entremos ya en lo que se denomina contaminación acústica, que tienen que sufrir muchas personas en sus domicilios, porque un avión a 11.000 metros no es ni siquiera audible para alguien que está en tierra.
Conclusión
El cambio climático existe, y es real, por mucho que el señor Presidente de los EEUU opine lo contrario.
Que nos estamos cargando el planeta a una velocidad de vértigo, también es una afirmación cierta al 100%.
Echar la culpa de todo a los aviones, es tan pueril como la filosofía de los terra planistas, o los que defienden que Elvis ha sido abducido por los extraterrestres y vive tranquilamente debajo del mar, como Bob Esponja.
Resulta altamente sospechoso que en vez de requerir que las compañías aéreas vayan sustituyendo sus combustibles y motores por otros más eficientes y menos contaminantes, se esté pidiendo el renegar de uno de los adelantos más significativos de nuestra historia.
Por mucho que uno mire y revise estudios de todo tipo, es imposible afirmar a ciencia cierta que un tren es menos contaminante que un avión.
Como hemos dicho, cuando hablamos de medios de transporte, la valoración tiene que estar referida a muchas más variables, que una cifra que alguien se ha sacado de la manga.
Todos los medios de transporte son contaminantes, el coche en primer lugar. Si seguimos a pies juntillas este tipo de filosofías, tendríamos que volver a los caballos para poder viajar, lo cual nos enfrentaría con los defensores de los animales.
Seguir trabajando y explorando las posibilidades de energías renovables, sí. Seguir mejorando la eficiencia de nuestros medios de transporte, sí. Intentar que nuestros hijos hereden un mejor planeta, sí. Tener que navegar para poder viajar a otros continentes, renunciando al avión, no (salvo que se trate de un crucero de lujo, claro…).