Las normas de etiqueta, que no se respetan, dentro de un avión

Podríamos decir que sólo con un poco de educación, no se necesitaría ningún tipo de norma de etiqueta a la hora de viajar en avión, pero desgraciadamente en la actualidad es cada día más complicado encontrar a pasajeros que respeten al resto de usuarios.

En el interior de los cada vez más pequeños aviones comerciales, el espacio se ha convertido en el bien más preciado, y algunos están dispuestos a luchar por el, pasando por encima de quien se ponga por delante.

Esto ha llevado a un importantísimo aumento de los casos de peleas y disputas de todo tipo dentro de las cabinas, y lo que es mucho peor, algunas de ellas finalizando con la detención de los pasajeros involucrados, incluso realizando aterrizajes no programados para la ruta.

Así que vamos a dar un repaso a todos esos comportamientos que deberías dejar en tu casa antes de viajar.

Control de seguridad

Todo empieza mucho antes de embarcar en el avión, ya que dentro del propio aeropuerto todavía hay muchos viajeros que creen que la galaxia gira a su alrededor.

Estás en la cola correspondiente para pasar los controles de seguridad, viendo cómo el resto de viajeros se desprenden de sus cinturones, relojes, monedas, ordenadores portátiles y demás enseres personales, pero tú sigues impasible, manteniendo el tipo hasta el último momento, como Gary Cooper en «Sólo ante el Peligro».

Mientras los demás ya tienen sus bandejas preparadas para escanear, y están a punto de atravesar el detector de metales, tú llegas al mostrador, maniobrando a la misma velocidad de un petrolero que arriba en el puerto.

Con toda la parsimonia del mundo comienzas a quitarte el abrigo, el reloj, y los dejas en la bandeja que te acaban de dar. Por supuesto, te paras a preguntar si es necesario descalzarse o no, ya que comienzas a dudar sobre la integridad física de los calcetines que te pusiste por la mañana.

Antes de nada, tienes que volver atrás, ya que no quitaste la funda del portátil, y por supuesto olvidaste meter el líquido de las lentillas en un compartimento plástico independiente. Ya tienes a medio centenar de personas detrás de ti acordándose de gran parte de tus ancestros.

Pero tal y como dicta la Ley de Murphy, el arco detector de metales te da un recital de trompeta cuando pasas por el, y tú miras con cara de extrañeza a los empleados de seguridad, como insinuando que no sabes el porqué.

En ese momento, la única neurona activa comienza una carrera frenética desde tu médula espinal hasta tu cerebro, y tras unos minutos de reflexión, te acuerdas de la cantidad de monedas que te metiste en el bolsillo después de pagar el Toblerone que compraste en el Duty Free.

Embarque

Lo pone bien claro en tu billete: embarcarás en el avión cuando se llame a los pasajeros del grupo 2.

Sin embargo, en tu cabeza lees: «entra cuando a ti te parezca bien».

Primer intento: llevas una maleta de mano, pero como es pequeña ¿no se podría considerar que no llevas ningún tipo de equipaje de cabina?.

Partiendo de esa curiosa filosofía, acudes a la llamada que se realiza para todos aquellos pasajeros que vuelan sin equipaje, y te colocas (tú y tu maleta) en la cola de entrada.

Al llegar al mostrador de embarque te recuerdan que la llamada era sólo para aquellos que no portan equipaje, y tú te pones a discutir sobre la teoría de la relatividad, esto es, que es relativo considerar a tu pequeña maleta como equipaje de mano.

Como a la responsable del proceso de embarque le importa muy poco Einstein y tus disquisiciones metafísicoreligiosas, pasas de nuevo a la casilla de salida. Eso sí, has conseguido retrasar todo el proceso durante un buen rato.

Segundo intento: el no haber atendido de pequeño a las explicaciones que se daban en «Barrio Sésamo» sobre el orden de los números, te pasa factura.

Como era de esperar, se llama a los pasajeros del grupo de embarque número 1, y tú, que sabes perfectamente que estás en el 2, te apuntas igualmente a la fiesta.

De nuevo, llegas al momento cumbre del proceso, y te encuentras con la misma persona, que con cara de muy pocos amigos te recuerda: «usted embarca en el grupo siguiente».

En ese momento, tu nombre y apellidos han desaparecido para los empleados de la aerolínea, y pasas a ser el «toca huevos de la maleta verde».

Campeón de Tetris

Por fin logras acceder a la cabina del avión, donde eres recibido con un «buenos días». Por supuesto, no puedes pararte a devolver el saludo a una simple chacha del aire, así que tuerces la cabeza y corres por el pasillo en busca de tu asiento.

Durante tu carrera te aseguras de empujar, golpear y colisionar con todo aquel ser humano que ose interponerse en tu camino, incluido el niño despistado que acaba con los dientes estampados contra la ventanilla.

Antes de proceder a sentar tus sagradas posaderas sobre la butaca asignada, se da uno de los fenómenos más curiosos de la aviación comercial moderna, cuando de repente te conviertes en un muñeco del «Señor Potato».

 

Lo que antes parecería un solo ser indivisible, resulta que comienza a desprenderse en múltiples partes, y de esta manera te quitas el abrigo, el jersey, el minúsculo maletín que escondías en un bolsillo de tu maleta, el portatil, el Ipad, el cable con los auriculares, la bolsa con el Toblerone de la Duty Free, y acabas ocupando todo el compartimento situado encima de tu asiento.

Como además tienes cierto complejo de perro en celo, y dado que está mal visto orinar en público dentro de la cabina del avión, decides también marcar tu territorio dejando una prenda en el compartimento superior anterior al tuyo, y otra en el posterior….qué narices, que también te lo han cobrado en el billete….

Y ahora llega ese momento que estabas esperando, en el que por fin te sientas y puedes disfrutar de la desesperación del resto de pasajeros al intentar encontrar un hueco donde ubicar sus cosas. Que hubiesen jugado al Tetris de pequeños.

El toca narices

Como buen imbécil profesional que eres, aprovechas tu asiento de ventanilla para hacerte con los dos reposabrazos, el tuyo y del pobre diablo que tendrá que volar a tu lado en el asiento del medio.

Aquello de ceder ambos reposabrazos al pasajero que se encuentra entre dos butacas no va contigo, tú has leído la Constitución y no recuerdas ningún artículo que hiciese referencia a semejante norma.

En el momento en el que percibes que el pasajero que se encuentra detrás tuya ya ha ocupado su asiento, aprovechas para reclinar el tuyo, que no se crea que todo es jauja, y que aprenda quién manda aquí.

Además, cuando observas que la persona sentada a tu lado hace un gesto para intentar mirar por la ventanilla, procedes rápidamente a cerrarla. La ventanilla es tuya y tú eres el único que decide cómo y cuándo controlarla.

Por supuesto, abres el aire acondicionado al máximo, pero dado que es bastante molesto, diriges el chorro hacia el pasajero de al lado. Si se enfada por ello, que se fastidie, es una norma universal aquella que dice que el aire es de todos.

Cuando va a empezar el briefing de seguridad y los tripulantes de cabina se disponen en el pasillo para hacer las demostraciones correspondientes, decides hacer esa última llamada por el móvil. Total, tú ya sabes qué hay que hacer en caso de emergencia: saltar por encima de los demás, recoger primero y antes que nada tu equipaje de mano, sacar el móvil e intentar grabar todo lo que suceda para poder subirlo luego a las redes sociales, y posteriormente saltar por el tobogán plástico. Fácil.

Justo antes del despegue y cuando el avión está a punto de comenzar la carrera por la pista, presionas el botón para llamar a la tripulación. Sabes perfectamente que en ese momento nadie va a poder acudir a tu asiento, pero piensas que eso te da preferencia sobre los demás que lo aprieten más tarde. Inteligente…

Cuando por fin atienden tu llamada y después de poner cara de culo a la azafata por haber tardado, solicitas tu paquete de patatas fritas. Aunque llevas el bolsillo repleto de monedas, decides que es mejor pagar con la tarjeta de crédito. Al fin y al cabo, no son más que chachas y mayordomos del aire, y les pagan por venderte chuches, así que mejor que trabajen un poco.

Con tu asiento reclinado, ambos reposabrazos ocupados, tu ventanilla en propiedad cerrada (te dejas unos centímetros para poder mirar sólo tú), decides que es imperante ir al baño en un vuelo de 45 minutos. Para ello, ordenas levantarse a los dos pasajeros que están en tu fila, y comienzas a buscar no se sabe muy bien qué en los compartimentos superiores.

En realidad, estás reubicando las cosas de los demás y colocando las tuyas por encima, para poder sacarlas en primer lugar en cuanto aterrices. Además, de esa manera aprovechas y bloqueas el carrito de los tripulantes de cabina.

A la vuelta del baño, y después de 12 minutos encerrado, tiempo que has aprovechado para enviar mensajes de whatsapp a todos tus amigos, por fin regresas a tu butaca y, de nuevo, los dos mártires que te acompañan tienen que volver a levantarse para dejarte pasar.

Y, al fin, llega el momento del aterrizaje. Cuando el avión todavía está saliendo de la pista y ni siquiera ha llegado a la puerta para realizar el desembarque, tú ya has levantado de nuevo a tus dos vecinos, has cogido todas tus cosas, y permaneces en el pasillo agarrado a tu maleta.

Lo has vuelto a lograr, has salido entre los 10 primeros. Eso sí, te permites la última mirada de desaprobación a la azafata que te da las gracias por haber escogido su aerolínea para hacer el viaje.

Ahora sólo queda ponerte las gafas de sol para atravesar la terminal hacia la salida, y rogar a ver si algún periodista te confunde con un famoso.

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