¿Por qué las compañías aéreas no facilitan paracaídas a sus pasajeros?

Fue un tema controvertido hasta el fin de la II Guerra Mundial.

En 1966 se decidió regular la obligación de utilizar dentro de las cabinas únicamente cinturones de seguridad.

Los primeros vuelos comerciales de pasajeros no eran precisamente cómodos.

Las pequeñas y estrechas cabinas no estaban presurizadas, y estas aeronaves tenían que volar a baja altura, por lo que las turbulencias y los consiguientes mareos e indisposiciones eran habituales.

Interior de la cabina de un avión clásico

Mientras tanto, los pasajeros que viajaban en tren podían disfrutar de animadas charlas en los vagones restaurante, y las rutas solían estar amenizadas por bandas de música o incluso por la creciente industria cinematográfica, a través de la proyección de películas.

Estas diferencias eran el principal motivo de frustración para el ingeniero jefe de Boeing, Charles N. Monteiht, el cual en 1929 daba un memorable discurso ante la «American Society of Mechanical Engineers».

Monteith se comprometía ante sus colegas a que la industria aérea gozaría de los mismos beneficios y ventajas que tenía viajar en tren o en barco, con una sola excepción: los pasajeros no estarían obligados a llevar paracaídas, pero sí tendrían que utilizar en todo momento un cinturón de seguridad.

El máximo responsable del departamento de ingeniería de Boeing era crucificado al otro lado del Atlántico por expresar estas palabras, ya que los fabricantes de aviones ingleses habían descartado ambos sistemas de manera definitiva.

En términos generales, el sector aéreo de aquel momento consideraba que obligar a los pasajeros de avión a ponerse un cinturón de seguridad, o a portar un paracaídas, era equivalente a tener que llevar un salvavidas las 24 horas del día durante los cruceros trasatlánticos, una medida que sólo serviría para asustar a los clientes.

A pesar de esto, en 1939 se tomó una de las decisiones más controvertidas en la historia de la aviación, al determinar que los pasajeros civiles estaban exentos de llevar paracaídas, pero tendrían que hacer uso de cinturones de seguridad.

Interior de la cabina de un avión en la década de los años 40

Poco después estallaba la II Guerra Mundial y los vuelos comerciales desaparecían casi por completo, dando paso a la fabricación de grandes bombarderos que podían transportar a tripulaciones de más de 10 hombres.

Entre los jóvenes e inexpertos aviadores se había corrido la voz de que en caso de emergencia era más seguro no llevar el cinturón de seguridad abrochado, ya que este podría provocar heridas de gravedad en los órganos internos.

Por otro lado, utilizar los paracaídas era la última opción a la que se debía de recurrir, ya que saltar al vacío durante las misiones nocturnas equivalía casi con total seguridad a comprar un billete para viajar al otro mundo.

Sólo se abandonaría la aeronave en el caso de que esta ya no pudiese seguir volando, y aún en este caso la mayoría de las veces resultaba más seguro intentar un aterrizaje de emergencia, antes que lanzarse en paracaídas.

Los grandes bombarderos utilizados durante la contienda obligaban a sus tripulantes a moverse en espacios muy reducidos, incluso teniendo que arrastrarse dentro de la cabina para poder acceder a determinados compartimentos.

Por este motivo, en la inmensa mayoría de las ocasiones no se llevaba el paracaídas puesto durante el vuelo.

Artilleros en el interior de un B17 durante la II Guerra Mundial

En el caso de sufrir una avería mecánica, o ser alcanzado por el fuego enemigo, se necesitaba demasiado tiempo para colocarse correctamente los paracaídas, por lo que en muchas ocasiones se obviaba el principal, de mayor tamaño y mucho más seguro, y se optaba por el secundario, de menores dimensiones.

La intención era saltar a la menor altura posible, para no permanecer demasiado tiempo colgado en el aire y a merced del fuego enemigo, por lo que la evacuación se solía ordenar entre los 1000 y los 500 pies, apenas unos 300 metros.

Abandonar el avión más tarde equivaldría a no poder abrir el paracaídas antes de estrellarse contra el suelo, y hacerlo antes significaba convertirse en el blanco perfecto para los soldados que esperaban en tierra.

Esta problemática se trasladó hasta los vuelos comerciales civiles, en los que el uso de paracaídas implicaba todavía mayores riesgos para sus usuarios.

En primer lugar, los paracaídas son elementos muy voluminosos, y tener que llevar dentro de la cabina uno para cada pasajero, supondría un incremento notable del peso de la aeronave.

Por otro lado, saltar al vacío sin una instrucción o entrenamiento previos, es mucho más arriesgado que intentar un aterrizaje de emergencia, sobre todo en el caso de niños, ancianos, o personas con dificultad de movimientos.

Hay que tener en cuenta que los aviones comerciales pronto comenzaron a volar a mayor altura y velocidad, dos factores que complicaban enormemente el poder saltar en paracaídas.

El 31 de Octubre de 1950 y después del siniestro fatal de un Vickers V-1 de la aerolínea BEA en el aeropuerto de Heathrow, en el que fallecieron 28 de sus 30 tripulantes, se retomó la polémica en torno a la utilización de paracaídas en vez de cinturones de seguridad.

Vickers V-1 similar al accidentado en Heathrow el 31 de Octubre de 1950

En un informe forense firmado por el Doctor Donal Teare, se afirmaba que prácticamente todos los fallecidos en el accidente habían perecido tras sufrir graves lesiones internas provocadas por el uso de cinturones de seguridad.

Dicho informe provocó una enorme polvareda en los medios de comunicación de la época, que se preguntaban si no sería mucho mejor dar la opción de abandonar la aeronave en casos similares.

La respuesta no llegó hasta el año 1952 de la mano del Doctor Dubois, que prestaba sus servicios en el Cornell Medical College de Nueva York.

Dubois desmintió punto por punto las afirmaciones vertidas en su informe por el Dr. Teare, publicando otro titulado «Los cinturones de seguridad no son peligrosos».

En este documento se explicaba detalladamente el porqué las lesiones detectadas en los pasajeros fallecidos en Heathrow no derivaban del uso del cinturón de seguridad, sino de los golpes recibidos contra los reposabrazos que llevaba instalados ese modelo en particular.

Una nueva revisión de lo ocurrido en el accidente, destapó que muchos asientos se habían salido de su ubicación tras el impacto del avión contra el terreno, lo que lanzó a sus ocupantes contra la propia cabina.

Con la opción de los paracaídas fuera de la mesa, la recomendación final que se dio a las compañías aéreas fue que centrasen sus esfuerzos en diseñar asientos más resistentes, sin los reposabrazos que podían golpear órganos vitales en un caso de emergencia, y la utilización de cinturones de seguridad ajustables a la altura de la cintura.

La obligatoriedad de disponer de cinturones de seguridad no se generalizó en la industria aérea hasta 1966, pero aún hoy en día muchos usuarios se preguntan el porqué no es posible facilitar paracaídas en un caso de emergencia.

Esperamos que tras la lectura de este post, aquellos que todavía tenían esta duda hayan podido disiparla definitivamente.

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